El movimiento estadista es casi bicentenario, no solo en Puerto Rico, sino en toda la cuenca del Caribe; mayormente hispano. Desde comienzos del siglo XIX movimientos políticos en toda la región caribeña, tanto insular como continental –este último en la costa norte del continente sur americano; Venezuela, por ejemplo- desarrollaron esta idea con miras a convertir sus respectivas regiones en estados de los Estados Unidos. Cuba y Puerto Rico llevan la delantera histórica en este aspecto.
En Cuba, la anexión se vio por distintos sectores de la sociedad cubana como seguridad económica. Una garantía a sus intereses. Esto llevó a que distintos grupos del poder económico, mayormente los hacendados cañeros, optarán por la anexión como una manera de poder asegurar sus intereses económicos y, de cierta manera, adquirir poder político, también. Las revoluciones políticas “antes de 1860 fueron anexionistas”. (Véase a Raúl Cepero Bonilla, Azúcar y Abolición.)
Este movimiento político e histórico, que ha sido soslayado por muchos en la historiografía pertinente a la región, por historiadores mayormente de izquierda y por motivos estrictamente ideológicos, ha tenido razonamientos teóricos de voz propia en toda la geografía caribeña. La aspiración de convertir a Cuba y Puerto Rico en estados de los Estados Unidos tuvo hondas raíces en el pensamiento político de ambas islas. Incluso, en el caso de Cuba, propiamente, hubo “españoles anexionistas”. (Véase a Gervasio García, Historia bajo sospecha).
Hay un dato que no podemos dejar en el tintero. El movimiento estadista estuvo hermanado con el movimiento independentista. Existía lo que se llamaba entonces, separatismo. En el separatismo había dos vertientes; la anexionista y la independentista. Por eso no es de extrañar que ambos se dieran la mano. Esto me lleva recordar lo que en una entrevista radial dijo una vez la líder nacionalista, Lolita Lebrón: “Ambos nos parecemos en el anticolonialismo.”
Y es que “la posición anexionista y la independentista, no fueron en el siglo XIX posiciones contrapuestas, sino formas alternas o sucesivas de separatismo, y los procesos antillanos oscilaron de una a otra posición, evolucionando muchos del anexionismo al independentismo, antes de tomar la dirección definitiva.” (Véase a Alberto García Menéndez, Tendencias Anexionistas en los movimientos de independencia de 1868 en el Caribe Hispánico. En Boletín de la Academia Puertorriqueña de la Historia. Vol. VIII. Núm. 30.)
En el caso de Puerto Rico, a partir de 1898 hubo una escisión en ambas tendencias políticas; la anexionista y la independentista. En el caso de la anexionista se dio una evolución inmediata en el nombre que, años después, fue incorporada al diccionario de la Real Academia Española: “Estadidad.” Aunque historiadores, y algunos periodistas de manera prejuiciada –como sigue pasando-, sigan nombrándola de manera decimonónica.
Al día de hoy, esa tendencia sigue vigente en Puerto Rico, con un crecimiento vertiginoso –porcentual y numérico- a partir de 1956, que luego se estanca durante los años noventa cuando la corrupción gubernamental adquiere nombre y apellido. Por otro lado, no hay evidencia de que esta tendencia haya desaparecido del panorama político cubano. En la diáspora cubana, como en la misma Cuba, las reminiscencias de este movimiento pueden ser palpables. Y en lo que nos toca, la mantiene viva, sin perder su personalidad cultural, la esencia misma de los derechos civiles del ciudadano y el poder político de la región.
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