Por: Adolfo Méndez Ríos
Autor y consultor
Un experto en el campo de las comunicaciones afirmó que si la buena comunicación fuera una enfermedad contagiosa, hace tiempo que la humanidad toda hubiese perecido por el desconocimiento y por la falta de destrezas de la mayoría de los seres humanos en dominar el arte de hacerse comprender por los demás. ¿Por qué traigo el tema a colación? Porque a medida que pasan los años se ha notado una gran deficiencia comunicativa en las personas que ocupan cargos públicos y en otros sectores de la sociedad, donde la destreza técnica prevalece sobre la destreza de la comunicación efectiva. Si a esto agregamos el ingrediente dañino que provee una Prensa que se deleita en ridiculizar a los funcionarios públicos para hacerse los graciosos o para abonar a sus prejuicios en contra del gobierno, la situación se convierte en una amenaza pública.
El mejor ejemplo reciente lo pudimos percibir con el nuevo superintendente de la Policía, Héctor Pesquera, un servidor público de grandes méritos y de una trayectoria profesional incuestionable, quien ya probó la medicina amarga que le tenía preparada la Prensa local para tratar de ridiculizarlo ante nuestro Pueblo. Lo cierto es que a uno mismo, que vive todo el tiempo en la Isla, se le puede olvidar lo que significa La Tómbola o La Jungla. Estas fueron matanzas criminales que uno prefiere sacarse del sistema y olvidarlas. En el caso del coronel Pesquera, quien desde hace años no reside en nuestra isla, ambas referencias no pueden significar nada criticable porque él se encontraba fuera de Puerto Rico cuando ocurrieron los incidentes criminales en ambos casos.
Pero, al igual como lo hicieron en el pasado reciente con Emilio Díaz Colón, cuando lo abordaron con preguntas capciosas, Pesquera tuvo que admitir cándidamente en la vista senatorial de confirmación que desconocía lo que era La Tómbola y lo que era La Jungla. Y no tenía razón para saberlo por su ausencia de la Isla. Sin embargo, la Prensa aprovecha la situación para proyectar al Superintendente como si fuera un neófito y un incapaz que desconoce la situación criminal en el País. La realidad es que este caso, independientemente de la chacota de la Prensa, nos sugiere que las personas que asumen puestos públicos sensitivos tienen la obligación de asignarle mucha importancia a sus comunicaciones públicas, al igual como lo hacen con sus destrezas profesionales. Mucho más en Puerto Rico, cuando todos sabemos que contamos con una Prensa muy acostumbrada a desviar los temas fundamentales para caer en lo superficial y maquiavélico.
Nadie pone en duda que el nombramiento de Héctor Pesquera es uno de gran acierto del Gobernador. El hombre posee unos conocimientos y una experiencia del mundo de la criminalidad sumamente abarcadores. Pero también es evidente que Pesquera no posee el dominio de las destrezas comunicativas. Probablemente, su trasfondo de trabajo en una agencia en que el inglés predomina como primer lenguaje de comunicación, unido a los años en que ha prestado sus servicios en Estados Unidos, tiene que haber debilitado su dominio del español. Lo anterior me induce a pensar que las personas que deciden aceptar cargos públicos deben someterse a un entrenamiento básico de dominio del lenguaje y de su proyección pública, mucho antes de enfrentarse a la Prensa o acudir a las vistas de confirmación. De la misma manera que cualquier policía se entrena para enfrentarse a los criminales, su jefe máximo, en este caso, el Superintendente de la Policía, debe entrenarse en aspectos relacionados con la opinión pública de manera de conocer la trascendencia de la proyección de su imagen ante el Pueblo. Este es uno de los aspectos esenciales en el éxito o fracaso de su gestión posterior. Cuando un funcionario arranca con el pie derecho ya tiene una gran parte del éxito asegurado en sus funciones.
Debemos recordar que este fue el talón de Aquiles del anterior superintendente, Emilio Díaz Colón. Desde que asumió su cargo, la Prensa fue implacable con él. Apenas se había sentado en la silla de superintendente cuando le hicieron la pregunta que cuál era la zona de mayor criminalidad en la Isla. Era lógico suponer que Díaz Colón no estaba familiarizado todavía con toda la información criminal en la Isla pues apenas llevaba en el cargo unos pocos días. La Prensa prosiguió con su campaña de desprestigio al Superintendente y comenzó a criticarlo por su aspecto físico. Hasta llegaron a decir que estaba enfermo. Posteriormente, mantuvieron una campaña para que Emilio Díaz Colón le entregara a la Prensa su plan anticrimen. Sí, porque era fundamental y necesario que los criminales tuvieran acceso a dicho plan para protegerse de la Policía. Todas las semanas se le pedía al Gobernador la renuncia del Superintendente. Mientras esto ocurría y la Prensa le prestaba ese ‘gran servicio’ a nuestro Pueblo, los criminales estaban de plácemes porque toda la atención de los chicos y chicas de la prensa se concentraba en el Superintendente y no en las medidas para aplacar la ola delictiva. No pasó mucho tiempo en que la Prensa se apuntó el ‘gran logro’ de precipitar la renuncia de Díaz Colón.
Como el jueguito de la Prensa le salió a la perfección, con la renuncia de Díaz Colón, ahora lo quieren repetir con el nuevo superintendente Pesquera. Naturalmente, la Prensa se aprovecha de las deficiencias de comunicación de nuestros funcionarios públicos. Ellos saben que cualquier palabra impensada que salga de la boca de dichos funcionarios se puede convertir en un gran escándalo público. En la medida en que el funcionario no posea las destrezas de comunicación para seleccionar las palabras correctas en sus mensajes, que a su vez sean de fácil comprensión pública, en esa misma medida, los cañones de los medios estarán preparados para aniquilar al funcionario y ridiculizarlo ante el Pueblo de Puerto Rico.
Por todo lo anterior, siempre me he preguntado por qué al inicio de cada administración pública se ofrecen seminarios sobre toda clase de temas técnicos a los legisladores y jefes de agencias y casi nunca se le asigna la importancia que amerita a la buena comunicación y la buena proyección pública de los nuevos incumbentes. La primera necesidad que estos habrán de tener en el desempeño de sus funciones tiene que ver con sus destrezas de comunicación desde sus primeras entrevistas o expresiones públicas. En ocasiones, nunca llegan a poner en práctica las técnicas y la información relativa a sus cargos, ya que se descalifican de inmediato ante la corte de la opinión pública.
Me parece que todas estas deficiencias de la comunicación tienen su origen desde los primeros años de estudios de nuestros niños y jóvenes. En los currículos de estudios no se le asigna la importancia que amerita al conocimiento y dominio de la comunicación. Con el agravante que los nuevos artefactos de comunicación tecnológica, con sus mensajes de texto, están triturando el idioma y ahondando las deficiencias. Muchos usuarios de estos artefactos tecnológicos ya han suplantado las reglas de la estructura gramatical para abreviar las oraciones, las palabras y hasta el pensamiento de lo que se quiere transmitir.
Todo este ambiente de comunicación superficial y parapléjica propicia que exista en nuestro ambiente social y político una volatilidad agresiva que surge de la propia incapacidad para comunicarnos con efectividad y de manera persuasiva. El futuro de una sociedad que no es capaz de comunicarse con excelencia es realmente desastroso. Es innegable que el uso indiscriminado y progresivo de todos estos nuevos artefactos de comunicación seguirá debilitando nuestra capacidad de comunicarnos con eficiencia. La gente vive apresada por esas cajitas tecnológicas y se jactan de utilizar las redes sociales del Twitter y de Facebook en sus comunicaciones deficientes. Cuando uno analiza el contenido de la mayoría de esas comunicaciones, encuentra temas banales y de estricta competencia particular de quienes se exponen al peligro de la red. Por algo, el gran científico Albert Einsten sentenció que vivimos en la era de la perfección de los medios y la confusión de los fines. En otras palabras, estamos más inmersos en la tecnología de los medios y los canales que transmiten la comunicación, pero nos hemos olvidado del contenido de los mensajes y de los seres humanos a quienes intentamos impactar con nuestras comunicaciones.
Comentarios a: mendezrios@coqui.net
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