En el interés nacional

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1 de junio de 2012 – OpiniónPolítica – 

“El sentimiento étnico racial no es incompatible con el patriotismo americano”

Crédito: EL VOCERO / Archivo

Los cabilderos judíos argumentan en los sectores de poder en Washington que Estados Unidos debe tratar a Israel como el estado 51. Los argumentos van acompañados de dos herramientas muy poderosas para poder tener éxito en un sistema democrático: el poder del voto y los donativos políticos. (Véase John J. Mearsheimer & Stephen M. Walt, The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy). Por otro lado, la Fundación Nacional Cubano Americana ha cabildeado en la Capital federal para que se recrudezca el embargo hacia Cuba y ha tenido bastante éxito. “¿Por qué el embargo se mantiene?”, le preguntaron una vez a William F. Buckley en un foro celebrado en Washington: “Porque los cubanos de Miami votan”, contestó.

El caso de los judíos es emblemático del poder de los donativos y de los grupos de cabilderos que hacen su trabajo con los sectores y actores de poder en la Capital federal, y el de los cubanos, emblemático en demasía del poder del voto. Aunque al final, en el sustrato, este último es el agente catalítico de la ecuación burocrática washingtoniana.

Desde hace varias décadas se viene dando un fenómeno extraño en Estados Unidos y que ha tenido relativa discusión en la academia americana: la influencia de los grupos minoritarios en la política exterior de la Nación. Comenzó a estudiarse con detenimiento en los ‘tanques de ideas’ a mediados del 90, como lo hizo en mayo de 1996 el Council on Foreign Relations con sede en New York. De ese foro salió la publicación: Minorities and U.S. Foreign Policy in the 21st Century.

El resultado de este fenómeno ha sido un sentimiento étnico racial que no es incompatible con el patriotismo americano que, entre ellos, pueda desarrollarse. (Véase Tony Smith, Foreign Attachments: The Power of Ethnic Groups in the Making of American Foreign Policy). O sea, el mestizaje cultural en que, para estos tiempos, está sumidos Estados Unidos y que influye sobremanera hasta en sus relaciones exteriores. Tal es el caso de los irlandeses, los judíos, los italianos –que han llegado a decidir elecciones municipales y legislativas de su país–, los cubanos y hasta de los mexicanos, que han demostrado y reafirmado que es posible tener dos patrias y dos lenguas aun en la brevedad de nuestra vida; como lo plantea Milan Kundera en su novela La Identidad.

El crecimiento poblacional de los grupos étnicos o minorías, como también suele llamárseles, no ha sido óbice para que Estados Unidos siga atendiendo su asunto internacional; solo que ahora no es el interés nacional lo que está en cuestión. Son los intereses étnicos y comerciales los que dominan su política exterior. (Véase Ernest E. Wilson, Diversity and U.S. Foreign Policy: A Reader). Este fenómeno nunca antes se había visto, es algo nuevo en la historia de la humanidad. Donde las minorías étnicas influyen en el trato y en la ayuda que el gobierno de Estados Unidos –incluido el Departamento de la Defensa– pueda darles a su país de origen. Lo irónico de esto es que ese esfuerzo por influir en los sectores y actores del Gobierno federal en nada afecta el patriotismo que los miembros de estos grupos puedan sentir hacia Estados Unidos, aunque abriguen amor hacia su tierra de origen o la de sus padres.

Algunos de estos grupos no tienen la fortuna que un miembro de su etnia sea también miembro del Congreso o del Senado federal, y del enorme poder que esto significaría en las determinaciones correspondientes para el trato preferencial a sus países de origen. Además, como ha sido la experiencia a través de los años, con excepción, tal vez, de México, ningún jefe de Estado latinoamericano tiene el acceso que un congresista americano tiene hacia el Presidente de Estados Unidos. Por eso, se trata, simplemente, del poder del voto para influir en la política exterior de la nación más poderosa del mundo; y la influencia es en dos ramas de gobierno: la rama ejecutiva y la rama legislativa.

En el caso de Puerto Rico sería una situación dual; el poder del voto y la representación congresional que tienen los estados de la Unión. O sea, el poder político, que sería determinante en toda aquella legislación de carácter comercial y que incluya productos agrícolas, como es el café. Aparte que esa delegación congresional, como grupo político homogéneo, sería el mejor mediador entre América Latina y Estados Unidos. Ese es el asunto medular del status político, propiamente. Y es la gran diferencia entre el Estado Libre Asociado y la Estadidad.

Comentarios a: marioramosmendez@yahoo.com

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