Ricardo Rosselló, presidente del grupo de activistas Boricua ¡Ahora Es!, comentó lo complejo que es convencer al electorado de votarle ‘No’ al ELA territorial, dada la confusa terminología de la primera pregunta plebiscitaria. Apunté aquí el miércoles, lo cerca que están las fuerzas anticolonialistas de propinarle a la colonia su primera derrota mayoritaria, pero lo difícil que resulta trepar la cuesta inclinada de la retranca del miedo al cambio.
Rosselló señala que sus estudios demuestran que cuando se le explica al electorado las consecuencias y los efectos de vivir bajo el ELA territorial durante 60 años y se le aclara que un voto contra el ELA territorial no es un voto en contra de Estados Unidos, la opinión pública cambia y el ‘No’ obtiene sólidas mayorías. La llave estriba entonces en la urgente necesidad de educación, de información y de atención al problema del status.
He sostenido que el ELA ha sobrevivido su vida inútil porque, con excepción del PIP, el PNP y los otros sectores anticolonialistas no han concentrado sus esfuerzos en educar e informar al País sobre las consecuencias nefastas del ELA. Elección tras elección debatimos de forma circular sobre las cualificaciones y fracasos de líderes y partidos, sin que el País comprenda que el obstáculo y la rémora fundamental, no son los gerentes o administradores, sino más bien el modelo político quebrado. Es como si por 40 años maldijéramos un carro esbiela’o que no echa a caminar y estuviéramos culpando al chofer y a los pasajeros porque no sirve cuando la única solución al varamiento es cambiar de auto.
Esa ausencia total de una campaña educativa sobre los estragos del ELA ha alimentado aun más el terror al cambio, ya que la gente piensa que la cura será peor que la enfermedad. Y eso me trae precisamente a la inmadurez política de este Pueblo, causada precisamente por la falta de preparación educativa para valorar su realidad existencial. Adolescente al fin, Puerto Rico recurre continuamente a los mecanismos de defensa primitivos para evadir responsabilidad sobre su propio destino y evitar tomar una decisión de cambio.
La defensa más obstinada es la de la negación. Los programas de mantengo y de bienestar social le proveen al electorado una zona de confort, de falsa seguridad, que los ciega en cuanto a los peligros de permanecer como están. El embeleco del ELA es nuestra propia creación. Lo fabricamos. Lo apoyamos desde que se creó. Le cantamos loas. Hilvanamos toda una mitología alrededor de él. Y aun así, sabemos que es una mierda, que no funciona, que nos divide, que nos degrada, que nos limita. Pero precisamente porque es nuestra criatura, reusamos darle cristiana sepultura. Esa postura del “no nos está pasando lo que nos está pasando”, es la primera línea de resistencia de la retranca. Entonces procedemos a creernos nuestros propios embustes: Que si el ELA es lo mejor de dos mundo, que si es el progreso que se ve, que si protege nuestros valores culturales como el Olimpismo y Miss Universo, que si nos da empleo cuando no nos lo da. Esa idealización de todo lo que no es, amarra a muchos a la postura del ningunismo. No me gusta lo que tengo, pero no acepto ninguna otra cosa. Estoy jodío, pero si no hago nada ya pasará.
Ese mecanismo primitivo de negación, viene acompañado de otro mecanismo primitivo que nos crea la sensación de que tenemos control omnipotente sobre todo. La primera falacia de ese espejismo es pensar que con elegir nuevos políticos, castigar gobiernos incumbentes y depositar nuestra fe en el nuevo querubín de turno, se resolverán las cosas. Esa fantasía que nos lleva a pensar que todo cambiará con un mero cambio de calzoncillos, nos lleva entonces a ‘tripear’ con ínfulas de superioridad y de omnipotencia: la cría boricua, los líderes del Partido Popular, Muñoz me puso los zapatos, aquel es más corrupto que nosotros, etc.
Lo que me trae al próximo mecanismo de defensa que es la echada de culpa. Todo el mundo tiene la culpa de nuestra miseria, menos nosotros mismos. Nos quejamos de los legisladores, pero les votamos en primarias y en elecciones. Nos tienen apestados los gobernadores, pero volvemos a pensar que cambiándolos hace una diferencia. Le echamos la culpa al americano de todo lo que pasa, pero nos quedamos atados a él. Le echamos la culpa al gobierno de todo lo que ocurre y seguimos votando gobiernos. No asumimos responsabilidad individual ni personal, mucho menos como electores.
Como resultado de toda esta confusión informativa, educativa, política y espiritual, no reconocemos nuestra baja autoestima. Inseguridad en nosotros mismos, inseguridad en el cambio, ambivalencia, contradicciones. Peor aun, a veces el electorado se comporta con dobles y triples personalidades. Hoy lo quiero, mañana no, pasado, quizás.
La indefinición política del puertorriqueño es un caso clásico para la aberrada sicología colectiva de los pueblos. Apenas hemos tocado los mecanismos de defensa primitiva. No hemos abundado en los procesos de defensa de un orden mayor como son la represión, la regresión, la racionalización, la intelectualización, la moralización, el aislamiento y la sublimación.
En realidad, más que estrategas políticos, el movimiento descolonizador necesita un siquiatra con un mapa sicoanalítico para poder romper el entuerto colonial y la retranca del ELA…
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