“En lugar de dar cara y someterse a los procesos políticos y de Derecho en Estados Unidos, huye a refugiarse a China y Rusia”

Ahora resulta que los supuestos héroes y defensores del derecho a la privacidad y de la libertad individual, son el notorio ‘hacker’ y acusado en Suecia de ultrajar a dos empleadas bajo su supervisión, el prófugo de la justicia y fundador de Wikileaks, Julian Assange, y el espía estadounidense y también prófugo de la justicia, Edward Snowden.

El primero, por revelar comunicaciones privadas entre diplomáticos estadounidenses. El segundo, por hacer público –en abierta violación a su juramento de confidencialidad contraído al realizar labores para la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos– un programa secreto de monitoreo del récord de las llamadas y correos electrónicos de cientos de miles de personas en Estados Unidos y en el exterior, en vías de identificar posibles comunicaciones encaminadas a organizar, coordinar o facilitar acciones terroristas como las del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, o la más reciente del 13 de abril durante la celebración del Maratón de Boston.

En las sociedades abiertas y democráticas, como la nuestra, donde existe un Estado de Derecho, las actividades de Inteligencia y espionaje encaminadas a garantizar la seguridad de sus ciudadanos deben realizarse bajo la supervisión del Poder Legislativo y la autorización del Poder Judicial, para garantizar el debido proceso de ley y las debidas protecciones constitucionales. Es por ello que se mantenían informados de dicho programa de monitoreo a los líderes congresionales a cargo de supervisar las actividades de Inteligencia y espionaje del Ejecutivo. Además, la intercepción de cualquier llamada telefónica o correo electrónico sospechoso tiene que contar con la autorización de un juez.

Lo que resulta inverosímil, sin embargo, es convertir en héroe a alguien como Julian Assange, por ‘hackear’ correos electrónicos privados de diplomáticos estadounidenses y divulgar públicamente su contenido, mientras no se atreve a hacer lo mismo con las de su amigo personal, el último dictador de Europa, el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, quien espía sin el debido proceso de ley y la debida fiscalización de un Poder Judicial independiente a sus ciudadanos, además de perseguir, encarcelar y asesinar con total impunidad a sus opositores.

Así también, resulta un contrasentido elevar a categoría de héroe épico a Edward Snowden, quien bajo el manto de denunciar violaciones arbitrarias e ilegitimas de la privacidad de los ciudadanos por el Estado y hacer lo correcto, en lugar de dar cara y someterse a los procesos políticos y de Derecho en Estados Unidos –donde goza de las debidas garantías constitucionales– huye a refugiarse a China y Rusia (ambos con regímenes políticos que no se caracterizan por ser muy pulcros que digamos en el espionaje invasivo de la privacidad de sus ciudadanos) y está dispuesto a solicitar asilo en países cuyos gobiernos tienen un más que dudoso récord al respecto.

La pregunta obligada es ¿qué sería de ambos si hubieran cometido los mismos actos contra los gobiernos de China, Rusia, Ecuador, Venezuela, Bolivia o Nicaragua?