El gran valor de las primarias

5 de junio de 2014

El gran valor de las primarias

Antonio Quiñones Calderón

Ahora que está en marcha el proceso de primarias internas en los partidos políticos -el próximo domingo 8 de junio se efectúa, entre otras, la del Partido Nuevo Progresista en la capital-, bien vale alguna reflexión, aunque sea ligera, sobre el gran valor de ese instrumento de selección de liderazgo político.
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El sistema de primaria, instituido desde mediados de los años 50, fue concebido como instrumento interno de los partidos para asegurar a éstos la selección más idónea de los candidatos que han de encabezar o integrar sus papeletas de votación en la subsiguiente elección general. Mediante ese sistema se busca garantizar que la selección de los candidatos esté libre de las desgraciadas “planchas” producidas por las más desgraciadas aún “maquinarias” de los partidos o grupitos de cazadores de puestos públicos.

También, y me parece que tan importante o más que lo anterior, se busca que la selección de los candidatos de cada colectividad derrote la perniciosa formación de grupos carentes de vocación democrática y casi siempre acompañadas con la estridencia, la vocinglería y el lenguaje florido cargado de palabras y frases estudiadas en sustitución de la propuesta específica, juiciosa y coherente, necesaria para cada circunstancia particular.

Es el lenguaje florido y vano que se “verborreaba” en la tribuna de los años 30, siempre a la caza de incautos. Al terminar el mitin muchos comentaban: “Qué lindo habló” el orador, pero no podían recordar lo que había dicho. Después de todo, no tenían por qué recordarlo: la verborrea no contenía el más leve asomo de idea alguna que ayudara a resolver sus problemas básicos.

Todavía hay quienes no se han enterado de que a aquel pájaro picaflor lo sepultó el pájaro carpintero.

La gente de San Juan –la especifico porque me he referido a ella en este artículo– lo que demanda de sus aspirantes y luego candidatos a su dirección municipal –de un partido y de otros– es un líder-administrador poseedor de experiencia, preparación comprobada que se corresponda con la dirección de una ciudad de 375,000 habitantes y un presupuesto de más de $730 millones, y entendimiento claro del papel propio de una gran ciudad susceptible de afectar con sus iniciativas de gobierno, bien o adversamente, al Gobierno central. Ha sucedido con varias ciudades de Estados Unidos.

Cuando hablo de experiencia, desde luego que no me refiero al carrerista político. Esa experiencia de ordinario es la del experto en el arte de la componenda y la intriga “inter pares” con fines de particular interés para su bienestar y su acomodo politico-económico. Que cuando no lo alcanzan, se marchan hasta el próximo regreso, para buscar los mismos fines. Piense un momento qué aportación al bien colectivo ha hecho, cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, el carrerista político que se le venga a la mente; el que sea.

El aspirante que finalmente sea incluido en la papeleta de votación debe ser aquél que no solamente represente y honre el historial y el programa del partido, sino que sea susceptible de atraer, en virtud de su historial personal y público, a electores independientes o de otros partidos.

En las circunstancias tan especiales de Puerto Rico, en lo fiscal y lo económico, la ciudad capital puede servir de ejemplo de lo que hay que hacer al nivel central para, al menos, iniciar el camino hacia la recuperación económica y social de la Isla.

La retórica vana y los estribillos de barricada, creo yo, no cumplen los requisitos de seriedad y pensamiento profundo –conocimiento, mente analítica y creatividad– en el tratamiento de los temas acuciantes que padecen los constituyentes de una ciudad o de otra, de un pueblo o de otro.

Para el votante en una primaria, el ejercicio de selección entre alternativas constituye un privilegio cuyas consecuencias no deben ignorarse. La primaria es la más democrática y directa oportunidad de cada elector para honrarse a sí mismo llevando a la papeleta de votación a quienes la honren. Es decir, al candidato más adecuado, no al menos.

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