En ‘El Amante de Lady Chatterly’, D.H. Lawrence nos dice que una generación sucede a otra generación. O sea, un tiempo y sus circunstancias, para tomar prestado un concepto de Ortega y Gasset, sustituye al anterior. Son cambios que dan en el tiempo histórico que, además del tiempo que pasa; incluye las ideas, las costumbres, la jerga, la visión de mundo -cada generación tiene una forma distinta y particular a la anterior de ver la vida-, nuevas soluciones y líderes acorde los tiempos.
En las elecciones de 1940 quedó evidenciado que una generación sustituía a otra. Un nuevo líder, hombre de su tiempo, entra en escena; Luis Muñoz Marín. Las circunstancias del momento fueron propicias para este tipo de cambio o sucesión en el liderato principal de la época. El discurso esgrimido era a tono con las circunstancias del momento y las necesidades inmediatas del Pueblo, en general.
En 1968 se da otro fenómeno de esta naturaleza. Luis Ferré entra en escena al ser elegido gobernador de Puerto Rico un año después de fundar el PNP. Al igual que Muñoz, Ferré es un hombre de su tiempo. Su paso por el escenario político dejó huellas que quedaron imborrables en el registro histórico de Puerto Rico. Su discurso político, las descripciones que hizo sobre la pobreza y el desarrollo económico fueron necesarios en su momento. Su paso por la gobernación sirvió de transición para una nueva generación de líderes que comenzaron a descollar en 1968, pero que advinieron como líderes principales a partir de 1972.
Con Rafael Hernández Colón y Carlos Romero Barceló comienza otra época en la política puertorriqueña. Dos líderes experimentados, con fuerte arraigo en sus huestes, ambos fueron influyentes y decisivos en el triunfo de sus respectivos partidos. Rafael fue el primer reorganizador de envergadura del PPD. Eso incluyó ser el líder del primer cambio generacional en su partido. Carlos fue fundador de su partido y también fue líder en el primer cambio generacional que se dio dentro del PNP. Ambos fueron actores protagónicos en el quehacer político por más de veinte años.
Para 1992 comienza otra época. Pedro Rosselló entra a escena como el nuevo líder del PNP al ganar las elecciones de ese año. Aunque en estilo distinto a Carlos y Rafael, se asemejó a ellos en conducir el gobierno y al partido con mano firme y sin oposición interna que amenazara su liderato.
Luego de Rosselló vinieron ocho años de oropel con una líder insulsa como Sila y un líder mezquino e inescrupuloso en Aníbal. En 2008 vino Luis Fortuño; líder sereno, de estilo sosegado, fue acogido por el Pueblo. Fortuño sentó la tónica de como debería ser el estilo de hacer política. Lo sucedió Alejandro García Padilla, más que gobernador, un bufón que gobierna.
Ahora entra en escena el comisionado residente, Pedro Pierluisi. Como los anteriores, ha tenido que reorganizar su partido, recaudar dinero, escuchar la gente, atender reclamos, buscar soluciones, trabajar el asunto del status político y, si faltaba poco, aguantar el ‘bullying’ rossellista. La distinción de Pierluisi es la de este tiempo, que es el comienzo de una nueva época no percibida aún y que, como el río, se desarrolla paulatinamente en nuestro misterioso sustrato histórico hasta que al final adviene a la superficie en forma de líder.
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