Agustín Santiago/EL VOCERO

“El Juez Acevedo tiene hoy que asumir la responsabilidad por faltar a la confianza en él depositada. Todos en Aguadilla sabemos que èl no es el único responsable” –Israel Roldán.

Luego de saberse el veredicto de culpabilidad emitido por el jurado en el caso del juez Manuel Acevedo Hernández, el jefe del FBI en Puerto Rico, Carlos Cases, dijo: “Al juez Acevedo poco le importó el sufrimiento de la familia de Félix Babilonia, con tal de convertirse en juez del Tribunal Apelativo. Todo por unos pesitos de aumento en su pensión. Pero hoy, el jurado se encargó de corregir esta injusticia; injusticia de la más baja y sucia que puede ocurrir. Usó su toga, abusó de su poder, de su discreción judicial para sacar absuelto al señor Lutgardo”. Palabras claras con significado lapidario.

El caso del juez Acevedo Hernández hirió la fibra moral más profunda del pueblo puertorriqueño. Ver como un juez, que es el encargado de adjudicar casos y controversias y de impartir justicia, haya caído en lo más bajo es preocupante. Crea reservas sobre el sistema de justicia de Puerto Rico. Las reacciones en la calle son de total desconfianza y de deseo absoluto de que le caiga todo el peso de la ley al que trasgreda los dictámenes de la ley y la moral.

Manifestaciones a favor de que se haga justicia en casos donde una de las partes es un miembro de las élites de poder en Puerto Rico ya lo habíamos visto anteriormente. Salvador Casellas, juez federal, prefirió creerle a su hijo y no a la evidencia contundente que la fiscalía de Bayamón tenía; que Pablo Casellas fue el asesino de su esposa Carmen Paredes. Por eso, cuando el veredicto del jurado fue de culpabilidad gente en la calle y en las inmediaciones del Tribunal de Bayamón comenzaron a celebrar.

La desconfianza del Pueblo en las instituciones de gobierno es general y los porcientos de desaprobación son elevados. Esto, en las tres ramas de gobierno. Sobre los jueces, en particular, hay la creencia generalizada de que son arrogantes, intelectualmente sedentarios, muy dados al amiguismo y al favoritismo, y altamente politizados. Las últimas tres han sido detrimentales para la imagen de la judicatura y de los jueces en particular. Esto incluye, no solo a los jueces del Tribunal de Primera Instancia, incluye a los del Apelativo y a los del Tribunal Supremo. Esto ha sido por años, salvo que de un tiempo a esta parte la Rama Judicial ha caído en una vorágine de eventos que sacuden, con fuerza telúrica, los cimientos de su estructura moral.

Hoy el juez Manuel Acevedo Hernández se sentó donde se sientan los que cometen delitos y le fallan a la sociedad. Donde, en iguales circunstancias, se sentó su amigote Lutgardo. Hoy el juez Acevedo Hernández tuvo que mirar a la justicia como la miran los criminales cuando son procesados; de abajo hacia arriba. Salvo que en este caso, el juez Acevedo Hernández no pudo encontrar un juez corrupto como él que lo pudiera sacar del atolladero criminal donde se encontraba.

Este caso demostró que el crimen no paga. Que toda acción tiene su consecuencia en la vida, y que la búsqueda de la riqueza, como dijo un poeta mejicano, suele hacernos pobres de verdad.