Era inevitable. Según se acercara el período de radicación de candidaturas, los políticos no iban a hablar de otra cosa que no fuera política…mañana, tarde y noche.
Olvídese usted de que estamos en el momento más álgido de la peor crisis fiscal y económica de nuestra historia, con el gobierno a punto de irse a la quiebra definitiva y, posiblemente, tener que cerrar el mes que viene. Es tiempo de candidaturas y eso deja poco espacio en las mentes de nuestros oficiales electos para pensar en otra cosa.
Curiosamente, ni siquiera ha empezado el año electoral y da la sensación de que ya llevamos meses en campaña.
Por un lado, el Partido Nuevo Progresista (PNP) lleva fraguando una competencia primarista desde el año pasado.
Aun durante el largo período en que hubo un solo candidato que había expresado oficialmente su intención de aspirar a la gobernación—el segundo lo anunció hace apenas un mes—la carrera entre tres corría a toda máquina. Es más, uno de los tres ni siquiera ha anunciado oficialmente, aunque su calendario de actividades proselitistas hace pensar a muchos que en efecto será candidato al puesto.
Por otro lado, en el Partido Popular Democrático (PPD), el pulseo pre-electoral ha sido más discreto pero no menos intenso. Según ha discurrido el año y la suerte (en el sentido de destino, no de fortuna) de la administración García Padilla se ha visto cada día menos auspiciosa, el liderato de ese partido ha tenido que trabajar por lo bajo la posibilidad de un reemplazo al incumbente. La renuncia del Secretario de Estado esta semana para abrir la posibilidad de aspirar a un puesto electivo—que se presume será la gobernación si García Padilla decide retirarse de la contienda—ha provocado un reperpero de actividad en un PPD que parece haber reencontrado la esperanza que había perdido de cara a los comicios del 2016 y ha puesto a recalcular a los líderes del PNP que daban por sentado la victoria el año que viene.
Por su parte, el Partido Independentista Puertorriqueño hizo nuevamente alarde de su longeva tradición de “democracia totalitaria”—al estilo de los antiguos partidos socialistas de la Europa Oriental—cuando esta semana la nomenclatura de ese partido decidió a quién le tocará el año que viene la oportunidad de ganarse las habichuelas desde la Legislatura en esa antidemocrática-pero-participativa machina electoral tan pura que jamás se ensucia con una inconveniente primaria de pueblo.
Lamentablemente, algunos de los que radicarán en las próximas semanas lo harán por conveniencia propia, porque han calculado sus opciones y aspiran a un trabajo que les asegure un salario por cuatro años, por no mencionar los que confían en poder allegarse además otro dinerito por la izquierda. Afortunadamente, muchos también lo harán por desprendimiento, por verdadera vocación de servicio, o por adelantar un ideario, convencidos de que es lo mejor para Puerto Rico.
Con ese telón de fondo, cabe resaltar un señalamiento que hiciera el expresidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, en su entrevista exclusiva con El Vocero ayer. Cuando se le preguntó de qué depende su decisión de aspirar o no aspirar a la gobernación, contestó: “Depende de lo que sea más conveniente al colectivo para ofrecerle lo mejor a Puerto Rico, creo que ninguna aspiración individual o personal debe anteponerse al bienestar colectivo”.
Ojalá que todos los candidatos de todos los partidos tuvieran esa máxima como norte a la hora de ponderar sus opciones y tomar sus decisiones. Y que el Pueblo tenga la sabiduría para escoger entre ellos.
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