El saldo neto de la visita del Secretario del Tesoro Jacob Lew es que, en toda probabilidad, el Congreso legislará una junta de control o supervisión fiscal. Más vale que nos hagamos de la idea, porque tal parece que nuestros líderes van a darle la bienvenida con los brazos abiertos.
Lew no trajo en su maletín lo que muchos anhelaban: alguna iniciativa, algún alivio, alguna solución que la Casa Blanca pudiera dispensar unilateralmente sin intervención congresional.
Pero lo cierto es que esa expectativa no era razonable. El Secretario había dicho en repetidas ocasiones que aunque nos tiene muchísima empatía ante la crisis que estamos atravesando, la Rama Ejecutiva no puede (interprete usted si no puede o no quiere) hacer nada sin que el Congreso legisle. O, al menos, que el tipo de iniciativa que el Tesoro pudiera implantar unilateralmente ni siquiera empezaría a atender el enorme problema que tenemos. Ese tipo de solución, dice Lew, solamente el Congreso la puede proveer.
Obviamente, el Secretario se refiere a la posibilidad de un mecanismo para restructurar al menos parte de la deuda pública que Lew y sus representantes han dicho en reiteradas ocasiones es indispensable para atender el problema económico y fiscal de Puerto Rico. Cualquier solución que excluya la restructuración, dice Lew, será muchísimo más largo, costoso y doloroso.
La insistencia de la administración Obama en que el Congreso formule legislación para atender la crisis fiscal de Puerto Rico es una señal a la rama legislativa federal de que la administración prefiere no ensuciarse las manos y se allanará gustosa a lo que disponga el Congreso. Esa señal virtualmente asegura que el Congreso imponga algún tipo de junta de control o supervisión fiscal, similar a las que ha impuesto en el pasado en el caso de jurisdicciones que han confrontado crisis fiscales similares como la ciudad de Nueva York, o el mismo Washington, D.C.
Lo más sorprendente de la visita de Lew, sin embargo, ha sido la reacción de tantos políticos locales, líderes empresariales y comentaristas de toda estirpe allanándose a la posibilidad de dicha junta de control o supervisión fiscal como quien se chupa un límber. Líderes a los que hace unos meses hubiera habido que matarlos en la raya antes de que les impusieran desde Washington una junta fiscal federal, ahora dicen que a lo mejor no es tan mala idea. Nadie parece si quiera acordarse ya de la junta de control fiscal criolla aprobada por la Legislatura en la pasada sesión y que el Gobernador, con su habitual desidia, ni siquiera se ha molestado en nombrar. Un chiste mongo.
Aquí el gobierno ha tirado la toalla. Exhausto, agotado, frustrado por haberse engañado a sí mismo de que había tomado las decisiones difíciles y había hecho todo lo humanamente posible por arreglar el desastre, el gobierno finalmente se enfrenta a la realidad de que todo le ha salido mal, que en vez de solventar la crisis la ha empeorado, que Puerto Rico ha colapsado y que ya no saben qué más hacer.
Y se han dicho a sí mismos: “Pues, ¡que venga la junta de control federal! Si tenemos que botar gente, que sea porque la junta federal lo exige. Si tenemos que cerrar escuelas, que sea porque la junta federal lo manda. Si tenemos que privatizar, que sea porque la junta federal lo impone. Si tenemos que cortarle el financiamiento a los municipios, que sea porque la junta federal lo ordena. Si tenemos que eliminar subsidios, beneficios, contratitos y batatitas, que sea porque la junta federal lo obliga.”
Nos reiteramos en que Puerto Rico no necesita una junta de control fiscal, ni criolla ni federal. Lo que Puerto Rico necesita es una administración de gobierno que sepa cuadrar una chequera.
Puerto Rico puede, por sí mismo, establecer, implantar y hacer cumplir las políticas de responsabilidad fiscal que hacen falta para salir adelante. Sólo hace falta una administración que crea en ello, con la capacidad, la credibilidad y la fuerza de voluntad para hacerlo.
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