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¿De ley y orden?

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27 de junio de 2016

ADVERTENCIA: Esto es una columna de opinión, no un concurso de simpatías. Si usted entiende que no tiene la capacidad para leer con la mente abierta la opinión de otras personas sin ofenderse y entrar en cólera con el que escribe; hágase un favor y no continúe leyendo. Su salud mental es más importante para mí. Si por el contrario cree que puede leer otra opinión sin desencajarse y de manera respetuosa, compartir la opinión o incluso de la misma manera respetuosa diferir, siga leyendo. Me encanta crear reacción de manera respetuosa. De las diferencias se alimenta la democracia y del respeto se alimenta la tolerancia.

Ya dada la advertencia, le doy la bienvenida amigo lector. Por años; quizás décadas, Puerto Rico ha estado viviendo una transición de ser un pueblo de ley y orden, a un pueblo donde la tolerancia, el seguir las reglas y las leyes, son una leyenda urbana del pasado, no de moda. No soy muy mayor, pero recuerdo como mi padre me comentaba como era el Puerto Rico del pasado, un pueblo en donde la palabra se respetaba e incluso tenía un peso tremendo. Si dabas tu palabra, era como firmar un contrato que ninguna de las partes envueltas imaginaba que sería rota. Eramos un pueblo en donde cuando hubo el primer robo bancario, los ciudadanos se conmocionaron de tal manera, que fue sufrimiento y vergüenza de todos durante meses. Eramos un pueblo que respetaba la experiencia, la vida y el legado de los adultos e incluso veneraba a nuestros viejos. Que mucho hemos cambiado.

Sin embargo y con el pasar de los años, las décadas, nos hemos convertido en la antítesis de lo que fuimos. Si antes eramos un pueblo de ley, ahora la violamos a mansalva. Si antes eramos un pueblo que valoraba la palabra empeñada, ahora se rompe como quien se cambia de ropa interior. Si antes venerábamos la experiencia de vida y la vejez, ahora no solamente no tiene importancia esa experiencia de vida, sino que relegamos a nuestros viejos al olvido, al desprecio, al asilo; en fin, a una muerte lenta que le va carcomiendo la dignidad hasta que fallecen solos.

Ahora Puerto Rico es un pueblo intolerante. Si alguien te hace algo, se busca venganza, se busca provocarle daño e incluso en casos extremos, se atenta contra la vida de otros. Si una persona comenta algo que al otro le parece incorrecto, el primero es motivo de mofa, de persecución, de hostigamiento, de carpeteo e incluso de destruir su reputación. Si alguien quiere entrar a la política, el contrincante no busca ganarle, sino destruirlo y humillarlo.

Somos un pueblo que prefiere ir contra la ley y las reglas, porque si, porque es más fácil que hacer las cosas como son. Es mejor tomar la justicia y echarla a un lado, que seguir las normas establecidas. Somos un pueblo que le llama desobediencia civil a violar la ley, y de pensar que el fin justifica los medios. Somos un pueblo que si se piensa diferente, se convierte a la otra persona en enemiga. Somos un pueblo que en vez de hablar, se prefiere el grito, la estridencia, el veneno. En vez de hablar con la razón como norte, con el respeto; se prefiere ser irracional, se prefiere la irrespetuosidad. Somos un pueblo donde la gente prefiere que su pensamiento se lo den masticado tal o cual persona, porque es mucho más sencillo que sentarse a analizar, a pensar. Somos un pueblo en donde los programas de radio y televisión con sentido y trasfondo, son sustituidos por La Comay, Dando Candela, Los Seis de la Tarde, Sunshine Café, El Gordo y la Pelúa, El Malletazo, El Azote y otros tantos. La estridencia y la chabacanería vende más que la razón y la sensatez. No digo que alguno de estos programas no tengan mérito, pero todo se puede hacer con respeto, todo se puede hacer sin llegar a personalismos, chabacanería o charlatanería. Quizás sea que estoy enchapado a la antigua, quizás yo sea un objeto fuera de lugar y de tiempo.

Claro, que en una democracia está permitido todo esto, pero son un vivo ejemplo de la calidad de salud mental de este pueblo, de los valores torcidos, de como hemos caído en una decadencia de la que vamos en espiral cayendo. Hay una historia que me contaba.mi padre que decía así. Dice mi padre que una vez le increparon a Luis Muñóz Marín sobre un legislador que era un borrachón. Me cuenta él que Don Luis Muñóz Marín le dijo a esos que lo increpaban, que era necesario que el legislador borrachito estuviese ahí, pues incluso los borrachos necesitaban representación en el gobierno.

En verdad no se si ese cuento que me contó mi padre sobre el legislador borracho y Luis Muñóz Marín fue cierto, pero el problema de Puerto Rico es uno profundo y requiere de retomar esos valores que se han perdido. ¿Cómo se puede lograr eso? Eso amigo lector no lo sé con certeza; pues la solución entiendo que está en cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros tiene el poder de hacer pequeños cambios que poco a poco vayan influenciando las cosas y quizás de aquí a varias décadas, hayamos recobrado el rumbo. Estos cambios, amigo lector han sucedido en el transcurso de décadas y de manera imperceptible. De esa misma forma entiendo que se puede revertir, si ponemos de nuestra parte.

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