La puertorriqueñidad como identidad política – Por: Andrés L. Córdova, Prof. de Derecho UIAPR

La puertorriqueñidad como identidad política

En el fondo este error tan común confunde el elemento distributivo con el elemento colectivo, suponiendo que son uno y lo mismo

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Eric Rojas / EL VOCERO.

Por: Andrés L. Córdova, Prof. de Derecho UIAPR

En el razonamiento crítico una falacia es un argumento lógicamente incorrecto pero sicológicamente persuasivo. Entre ellas la falacia de división se comete cuando se presume que lo que es cierto de una totalidad, o de las propiedades de una totalidad, es cierto de las partes que la componen. Inversamente, la falacia de composición se comete cuando se presume que lo que es cierto de una parte o de las propiedades de una parte de una totalidad es cierto de la totalidad misma. En el fondo este error tan común confunde el elemento distributivo con el elemento colectivo, suponiendo que son uno y lo mismo. En el debate sobre nuestro estatus político este error se presenta con una regularidad pasmosa, atribuyéndole a la idea de la colectividad puertorriqueña características antropomórficas a partir del entendimiento que tenga cada cual de su realidad individual. Así, el puertorriqueño es sabio, valiente, ingenuo, manipulable… No requiere mucha reflexión para darse cuenta que usamos al “puertorriqueño” -y ahora al “impuertorriqueño”- como pretexto de nuestras opiniones.

En el siglo XX, varios autores han intentado delinear las características de nuestra identidad colectiva, aquello que algunos denominan con imprecisión poética como nuestra “idiosincrasia”: Insularismo de Antonio S. Pedreira; Prontuario histórico de Puerto Rico de Tomás Blanco; El puertorriqueño dócil de René Marqués; El país de cuatro pisos de José Luis González; La nación posmortem de Carlos Pabón, por mencionar los más conocidos. La dificultad que tienen estos intentos por retratar a la identidad puertorriqueña es que le atribuyen a una abstracción socio-política un contenido existencial que carece. Toda formación social humana comparte elementos en común, como lenguaje, costumbres, creencias religiosas, organización política, nunca del todo clara. Estos elementos en común, por supuesto, no son estáticos ni uniformes a lo largo y ancho de los grupos y clases sociales que componen una sociedad. Al interior de todo grupo hay similitudes y coincidencias de intereses; también hay diferencias y animosidades que pugnan entre sí. Los atributos que privilegiamos para describir nuestra realidad social son abstracciones que aplicamos a ficciones políticas a nuestro propio riesgo. Ser puertorriqueño o impuertorriqueño -por no hablar de otras identidades- es altamente problemático por muchas razones, entre ellas la heterogeneidad de nuestras experiencias históricas.

En cambio, la noción de “el Pueblo” -que no es sinónimo de la puertorriqueñidad- como fuente de soberanía política deriva de dos tradiciones que se entrelazan celosamente en la historia Occidental: el liberalismo ilustrado de los siglos XVII y XVIII y el nacionalismo de los siglos XIX y XX. Como aprende todo estudiante de escuela elemental y superior, la periodización histórica de Puerto Rico desde Ramón Power y Girard (1812), pasando por El Gíbaro (1848) de Manuel Alonso, el Grito de Lares (1868) y la Carta Autonómica (1897), persigue pintar un cuadro triunfalista del nacimiento de la nacionalidad puertorriqueña, atrofiada por la Guerra Hispanoamericana (1898) y la llegada de los bárbaros del norte. En este contexto, basta con recordar el ejercicio de mitificación histórica de la alcaldesa de San Juan, con la oportuna intercesión del Arzobispo de San Juan -recuerdos del Concordato- para darle las bendiciones a la recién arribada y cuestionada osamenta de Ramón Power y Girard en el 2013. Esta trenza histórica responde primordialmente a un nacionalismo metafísico y esencialista, decimonónico, que guarda poca correspondencia con las realidades del siglo XXI.

La idea liberal de un estado de derecho predicado sobre la protección de las libertades individuales y la limitación del poder del Estado se recogen en la Constitución de los Estados Unidos y en la del Estado Libre Asociado de Puerto Rico a partir de las reflexiones de los pensadores de la Ilustración inglesa y escocesa. En este sentido, “el Pueblo” es primordialmente una construcción política para propiciar y proteger la vida, la libertad y la propiedad de los individuos. Esta es la intuición política liberal que demasiados “puertorriqueñistas” están muy fácilmente dispuestos a subordinar a favor de sus visiones místicas de la identidad y la dignidad.

COLUMNISTAS, EL VOCERO

EL PAÍS DE CUATRO PISOS – Por José Luis González

El problema de la llamada «pérdida de identidad» obedece a un malentendido de la dinámica social. No importa cuál sea la decisión final que tomemos los puertorriqueños en cuanto a nuestro futuro político … la perdida e identidad puertorriqueña no esta en issue. –

                                                                                Celeste Benítez anta la Comisión de Status, 28 de julio de 1965.

Los Estados Unidos, por su tradición democrática, no suprimirían nuestra expresión cultural.

No veo ningún indicio de que los Estados Unidos traten de imponer ningún elemento cultural a Puerto Rico.

Reconozco que la cultura puertorriqueña se ha enriquecido en su asociación con los Estados Unidos. Hay muchos elementos muy beneficiosos de la cultura norteamericana que han ejercido influencia en la vida puertorriqueña y, sea cual sea nuestro destino político tenemos que conservarlos.

                                                                                       Ricardo Alegría ante la Comisión de Status, 31 de julio de 1965.

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