Cientos marchan en Florida un año después de huracán María
Aaron y Diana Umpirerre llegan a un estacionamiento para reunirse con otras personas y asistir a la protesta de West Palm Beach el sábado 22 de septiembre de 2018. (Mike Stocker /South Florida Sun-Sentinel vía AP)

La idea de un Quebec independiente de Canadá se está disolviendo a través del tiempo. Los temas tratados durante la actual campaña política de cara a las elecciones a celebrarse el próximo 1 de octubre son muy distintos a cuando se celebró el último referéndum para la separación en 1995, para decidir si la provincia se independizaba o seguía unida como las demás. La independencia ya no es un asunto a discutirse ni es un elemento programático de los partidos inscritos que participarán en las elecciones.

Entre los jóvenes, una minoría de menos del veinte por ciento atiende el asunto de la independencia y el Partido Quebequés, que tiene en su constitución interna la lucha por la independencia, ha decidido no hablar de ella en esta campaña. Las prioridades del electorado son otras; educación, salud y la economía son los intereses principales para la mayoría de los electores y los partidos políticos lo saben. Con el devenir del tiempo la sociedad canadiense y en particular la de Quebec han cambiado. Las nuevas generaciones atienden otros asuntos que son más sustantivos que la independencia de la provincia. Son las necesidades inmediatas del ciudadano las que dictan la pauta y el camino a seguir.

En casos como el de Quebec la independencia tiene sus consecuencias. Sería cortar todas las relaciones políticas y económicas internas y las que tiene con el resto del mundo a través de Canadá para iniciar un nuevo proceso de negociación de tratados y acuerdos sin la fuerza que se tenía siendo miembro de uno de los principales países del mundo. Eso el ciudadano común lo está viendo y demuestra que los movimientos independentistas en lugares donde las democracias son fuertes y participativas con un sistema de libre mercado son, tal vez, el resultado de ideas románticas o sentimientos nacionalistas que otra cosa.

El Caribe es un ejemplo de que los movimientos independentistas en los últimos decenios han tenido escaso apoyo en el pueblo. Las ventajas de la integración económica y política superan con creces las ventajas de la separación. Es por eso que en una independencia, como en el caso de Quebec o el del Caribe incluyéndonos a los puertorriqueños, el país que adviene a la independencia tendría que comenzar en cero en sus relaciones políticas y económicas con el mundo exterior, y lo haría desde una relación asimétrica; en total desigualdad con su contraparte. Quebec, al igual que las islas del Caribe, se verían en esa vorágine cuando ahora, desde los actuales gobiernos, las relaciones multilaterales fluyen y se concretan desde el poder que otorga el prestigio y la fuerza económica y política.

Creo que es lo mismo que pasa en Puerto Rico, donde las necesidades inmediatas del ciudadano, sus problemas vitales cada vez más dramáticos en esta sociedad del siglo 21, ahogan los conceptos que se utilizan para adelantar la causa de la independencia. Como en todo tiempo y espacio, el ser humano primero es individuo y después otra cosa, y el puertorriqueño no está exento de esa ecuación sociológica. Por eso los argumentos de que el concepto de nación, una construcción ideológica que comienza a desarrollarse en el siglo 18, de que es un don indivisible de Dios como innumerables veces nos ha querido espetar el arzobispo de San Juan, son más que una quimera un tamaño pronunciamiento demagógico con intención de confundir.

En todos esos pronunciamientos, como en otros hechos por distintos líderes, las necesidades del puertorriqueño de carne y hueso no aparecen por ningún lado. Tampoco cómo comenzaríamos a relacionarnos con el resto mundo una vez advenida la separación. Actualmente Puerto Rico es partícipe de todos los tratados de diversa índole que tienen los Estados Unidos con el resto del mundo. Siendo el Senado de los Estados Unidos el cuerpo constitucional que aprueba los tratados, dos senadores puertorriqueños tendrían voz y voto en ese como en otros asuntos. No en balde José Celso Barbosa decía: “Es mejor ser rabo de león, que cabeza de ratón.”

Mario Ramos, Historiador

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