Mario Ramos
Mario Ramos, Historiador
La Universidad Interamericana ha hecho una contribución a nuestra cultura e historia de inestimable valor. Acaba de publicar la biografía del primer comisionado residente que tuvo Puerto Rico. Se trata de Federico Degetau: un orientador de su pueblo, de la autoría de Ángel Mergal. Es su tesis doctoral en literatura presentada en 1942 en la Universidad de Columbia en Nueva York. Dos años después, el Hispanic Institute in the United States lo publicó como libro. Setenta y cuatro años después, luego de haber sido olvidado, se vuelve a publicar esta obra con la aportación exquisita de Jesús Rodríguez Sánchez.
La tesis se presentó ante un tribunal compuesto por egregias figuras de la cultura y las letras, todos españoles exiliados, como Federico de Onís, que luego sería profesor en la Universidad de Puerto Rico; Tomás Navarro y Tomás, autor de un enjundioso estudio sobre el español en Puerto Rico, y Ángel del Río. Este último autor de El mundo hispánico y el mundo anglosajón en América. Choque y atracción de dos culturas.
El autor plantea que la vida del puertorriqueño durante el siglo XIX se desenvuelve en planos distintos; “el oficial y público; el de la minoría culta, clandestino y privado; el de la masa inculta, vulgar, conservador e indiferente.” Los tres producen lo que suele llamarse “cultura puertorriqueña”, según Mergal. Hoy día la tercera es la más numerosa y el cimiento y reafirmación de lo que conocemos como “cultura popular.” La primera está en total deterioro y desprestigio. Basta ver al liderato político para darnos cuenta que en esa clase hay más escombros que en las orillas de nuestras carreteras.
El siglo XIX fue uno donde la educación era algo de sumo privilegio. De hecho, fue en 1836 que se establece la primera librería en Puerto Rico. Veintiséis años antes de nacer este ilustre puertorriqueño; que vio la luz en 1862 en la ciudad de Ponce. Durante esos años el periodismo, la poesía, la oratoria, el drama, la novela, el cuento y el ensayo eran las formas de expresión literarias favoritas. Creo que en el caso de los primeros tres ha habido una notable decadencia en calidad y práctica.
Este puertorriqueño, que en 1903 se le confirió en Mobile, Alabama el grado 33 de la masonería fue, a juicio del autor, con Eugenio María de Hostos y Román Baldorioty de Castro “los pensadores puertorriqueños de pensamiento más claro, profundo y consecuente.” Son tres próceres, a la usanza de Bolívar Pagán en su excelente libro Procerato Puertorriqueño en el siglo XIX, que han sido estudiados de forma desbalanceada y con los consabidos intereses ideológicos de por medio.
Federico Degetau, que en 1908 rechazó una oferta para ser juez del Tribunal Supremo de Puerto Rico, y representó a su país bajo el imperio español y la dominación de los Estados Unidos, fue activo en ideas y sugerencias durante los días de negociación en París del tratado entre España y Estados Unidos. Su carta al presidente Mckinley es elocuente. Comienza: “Soy un puertorriqueño que ha recibido de la espontanea voluntad de sus paisanos, el honor de representar en el parlamento español a su ciudad natal.” Luego sugiere que se establezca en el tratado una cláusula estableciendo el arbitraje permanente para dirimir diferendos futuros entre ambas naciones.
Federico Degetau, abogado con derecho a postular ante el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, que defendió su tesis que con el Tratado de París y la Ley Foráker los puertorriqueños eran ciudadanos americanos, formó parte del grupo denominado años después como “la vieja guardia republicana”, que en su constitución fundacional del Partido Republicano Puertorriqueño expresaron que: “Aceptamos con entusiasmo la anexión territorial de Puerto Rico a los Estados de la Unión federal.” Paralelamente, el Partido Federal de Luis Muñoz Rivera escribiría palabras de igual significado.
En 1902 dicta una conferencia en la Universidad de Columbia que luego devino en libro: The Political Status of Puerto Rico. Nos define como pueblo latinoamericano y defiende el derecho de los puertorriqueños a la ciudadanía americana. Fue Ángel Mergal quien le hizo justicia, sacándolo del olvido, con este libro que es lectura obligada para todos.
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