De reciente publicación en español es el texto del historiador uruguayo Aldo Marchesi, Hacer la revolución: guerrillas latinoamericanas, de los años sesenta a la caída del muro. Comienza por los efectos que tuvo la revolución cubana en el continente, desde México hasta la Tierra del Fuego. Analiza el surgimiento, desarrollo, estrategias y errores de las guerrillas de izquierda donde distingue entre las rurales y las urbanas. De esta última Fidel Castro siempre tuvo dudas, como lo hizo saber en la primera conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad celebrada en La Habana en 1967.
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Para Fidel las condiciones para la lucha armada incluían el aspecto geográfico de la región. La zona rural proveía mayor ventaja que la urbana. Sin embargo, los uruguayos y los chilenos le demostraron que no todo estaba escrito sobre las formas de desarrollar una guerrilla. La urbana adquiriría prominencia durante la década de los sesenta y los setenta. Por eso, el secuestro de Dan Mitrione —asesor en técnicas de contrainsurgencia y tortura, y autor de la frase, “el dolor exacto, en el lugar exacto, en la cantidad exacta para lograr el efecto deseado”— es un ejemplo del éxito de esta estrategia por parte de los Tupamaros.
La izquierda latinoamericana encontró un aliado en el movimiento sindical, lo que llevó a la politización de los trabajadores. El dirigente sindical Héctor Rodríguez afirmaría en 1963 que los trabajadores “debían proponer sus propias soluciones y agrupar las fuerzas necesarias para realizar esas soluciones.” Este fenómeno no solo se dio en países del Cono Sur. También en Puerto Rico a partir de los sesenta. El independentismo de izquierda —como lo era el MPI que luego devendría en PSP— penetró el movimiento obrero organizado y lo utilizó como punta de lanza para la independencia. Tanto el lenguaje coloquial como los términos ideológicos se convirtieron en uso y costumbre hasta el día de hoy.
Las guerrillas siempre tuvieron apoyo directo de Cuba, como demuestra el autor. Sin embargo, fue cuesta arriba para los movimientos insurgentes de izquierda su lucha contra el sistema imperante. Con excepción de la revolución sandinista, esto fue en toda Latinoamérica. Creo que dos fueron las condiciones: el Plan Cóndor, acuerdo establecido el 25 de noviembre de 1975 entre Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay, del que se alega Henry Kissinger fue su autor e ideólogo; y la advertencia que hizo el Che Guevara en su texto La guerra de guerrillas: “en los lugares donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de lucha cívica”.
Durante la década del setenta, izquierda y derecha se acusaban mutuamente de excesos y de causar disturbios, y se radicalizaron recíprocamente. La primera advertía —correctamente— que la CIA tenía presencia continua en los países que combatían el comunismo, y la derecha —también correctamente— afirmaba que Cuba intervenía directamente a través de asesores y técnicos, y apoyo a los guerrilleros con entrenamientos practicados en la misma Cuba. Todo fue parte de la Guerra Fría en Latinoamérica, según se ha demostrado con pruebas irrefutables. (Véase a, Juan B. Yofre, Fue Cuba: La infiltración cubano-soviética que dio origen a la violencia subversiva en Latinoamérica).
Sin embargo, la incursión de Cuba en África creó cierto distanciamiento entre La Habana y las guerrillas. Las guerras africanas se tragaron los recursos militares y de estrategia guerrillera de los cubanos. Miles de soldados fueron enviados a combatir en Angola y en la frontera con Sudáfrica. Esto agotó las reservas del gobierno cubano, aunque también creó héroes de guerra como el general Arnaldo Ochoa, que luego sería fusilado por órdenes de Fidel Castro como medida cautelar contra posibles movimientos de disidencia dentro del país.
A finales de los ochenta la izquierda languidecía. Tal es el caso de Gregorio Gorriarán Merlo y su asalto a La Tablada, que fue un total fracaso. De cuarenta y seis guerrilleros murieron treinta y tres. Gorriarán Merlo y unos pocos escaparon, y luego serían capturados y enjuiciados por las autoridades argentinas. El hombre que planificó y llevó a cabo la ejecución del dictador Anastasio Somoza en 1980 en Paraguay le dio sepultura a su guerrilla.
Al final, como parte de los cambios en la historia, muchos guerrilleros se retirarían, y otros se insertarían en el proceso democrático y ganarían elecciones —incluso la presidencia— como fue el conocido caso de José “Pepe” Mujica en Uruguay.
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