En los primeros años de la revolución cubana varios líderes, aparte del gigante de Fidel, se destacaron con luz propia. Camilo Cienfuegos y el Che Guevara eran los principales, pues su carisma y apego al pueblo eran indiscutibles. Luego estaban el cascarrabias Ramiro Valdés; Juan Almeida Bosque, de los pocos negros en el liderato del Movimiento 26 de julio; Celia Sánchez, llamada la flor más autóctona de la revolución; Haydée Santamaría, primera directora de Casa de las Américas; Huber Matos, que fue defenestrado, y por supuesto, Raúl.
A Camilo le llamaban el “comandante del pueblo”, el que le decía a Fidel en los discursos; “Vas bien, Fidel”, cuando el máximo líder le preguntaba. (Véase, Antonio Núñez Jiménez, En marcha con Fidel). Por su parte, el Che -que nunca ganó una batalla- era el “guerrillero heroico”, el “Chesucristo”, la imagen de la resistencia, que al morir se demostró cómo el capitalismo todo se lo traga al convertir su rostro en un objeto de consumo. (Véase, Michael Casey, Che’s Afterlife: the legacy of an image).
Sin embargo, durante todos los años de vida de la revolución, la figura de Raúl Castro ha permanecido prácticamente oculta. Por años fue desconocido para un sector de la población. Siempre ha preferido trabajar en la trastienda, fuera de la fama y sin reconocimiento público. Apenas hay biografías sobre él. Eso ha creado que sea subestimado por casi todos los observadores extranjeros. Gran parte de ello ha sido por el enorme carisma de su hermano Fidel, que fue una de las principales figuras mundiales del siglo XX. Brian Lattel, el principal analista de Cuba para la CIA durante los años noventa, opina que el sistema de inteligencia cubano está entre los mejores cinco del mundo y afirma que, distinto a otros líderes, Raúl ha sido indispensable para el éxito y defensa de la revolución. (Véase su libro, After Fidel: the inside story of Castro’s regime and Cuba’s next leaders).
En Cuba, Fidel lo era todo y su sombra todo lo cubría. Nada se movía sin su autorización. Era el totalitarismo encarnado. La guerra era un instrumento para la política exterior, que esencialmente era fidelista. Un ejemplo lo es la Operación Carlota y la incursión militar de Cuba en África. Más de 200 mil soldados cubanos pelearon en tierras africanas y alrededor de 2,000 murieron. Fue una movilización de alto voltaje, como muy pocas, y donde Raúl tuvo un rol destacadísimo, aunque su hermano fuera el comandante en jefe y principal estratega. (Véase, Hal Klepak, Raúl Castro: estratega de la defensa revolucionaria de Cuba).
En 1982 Raúl Castro se reúne en Moscú con Yuri Andropov. Fue una experiencia completamente desagradable. El líder soviético le indicó que en un ataque militar contra Cuba la Unión Soviética no intervendría. Ya la política exterior de la administración de Ronald Reagan estaba teniendo efectos. Los cubanos tendrían que defenderse solos. (Véase, William M. LeoGrande & Peter Kornbluh, Back Channel to Cuba: the hidden history of negotiations between Washington and Havana). Luego recibieron el golpe mortal de Mijaíl Gorbachov. Las tropas y todo lo militar se retirarían. George Bush le había indicado que se tenían que ir del Caribe cuanto antes. De hecho, en Malta, James Baker introdujo en el bolsillo de Edward Shevardnadze una carta donde decía las muchas fábricas de jabón y cepillos de dientes que se podían crear en su país si se alejaban de los Castros. Por eso, ante un comentario del historiador Eusebio Leal de que se habían independizado tanto de los Estados Unidos como de la URSS, Fidel Castro le dijo: “Sí, para siempre.” (Véase, Nikolai S. Leonov, Raúl Castro: un hombre en revolución).
Las biografías sobre Raúl tal vez no pasan de tres o cuatro. Ha sido un enigma. Él es el ministro de Defensa con más años desempeñando ese rol. Luego de enfermarse su hermano, se hizo cargo del gobierno y del país. Su proyección ha sido conciliadora, y su personalidad y liderazgo le ha dado estabilidad a la revolución al mantenerse activo en la dirección de las Fuerzas Armadas, la Seguridad del Estado y el Partido Comunista, y lo hemos visto en los últimos años iniciar un proceso de cambio generacional donde Miguel Díaz-Canel Bermúdez es hoy el presidente de Cuba. (Véase, Lissette Bustamante, Raúl Castro: a la sombra de Fidel).
Un hombre de familia, que no busca el protagonismo, por mucho tiempo pasó desapercibido para las agencias de inteligencia de los Estados Unidos. Fue después del retiro de Fidel y el ascenso de Raúl a la presidencia de Cuba que comenzaron a analizar su figura.
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