UN General Assembly Chile
El presidente de Chile, Gabriel Boric Font, se dirige a la 77ª sesión de la Asamblea General en la sede de las Naciones Unidas, el martes 20 de septiembre de 2022. (AP/Mary Altaffer)

Aunque pasó desapercibido en Puerto Rico porque los medios de prensa no lo difundieron, las declaraciones de Gabriel Boric hace unos días en la Universidad de Columbia son un remezón para la izquierda en Latinoamérica, en especial para la que reniega el proceso democrático y se hace actor o cómplice de la violación de derechos humanos. En este grupo violatorio de las normas mínimas de convivencia humana y de dudosa reputación en todo el hemisferio se encuentran Venezuela, Nicaragua y Cuba como conspicuas satrapías.

En su alocución fue enfático en criticar los regímenes de Venezuela y Nicaragua, donde sistemáticamente se persigue a los opositores y se violan abiertamente los derechos humanos. Y aunque ser de izquierda no debe ser impedimento para ser crítico de lo que es criticable y no tener una doble vara o moral, porque es encubrir delitos y crímenes de lesa humanidad, muchos en Chile le indican que “no se debe hablar mal de los amigos”.

En su discurso ante las Naciones Unidas hace unas semanas se expresó sobre la presión que Venezuela ha hecho sobre Chile por los miles de refugiados venezolanos que han huido hacia la tierra de Gabriela Mistral, y en la Universidad de Columbia les dijo a los presentes que “me enoja cuando eres de izquierda y puedes condenar las violaciones de derechos humanos en Yemen o en El Salvador, pero no puedes hablar de Venezuela o Nicaragua”.

Boric es el primer líder de izquierda que abiertamente se ha distanciado de Venezuela y de Nicaragua, gobernados por dos sátrapas que tienen la bendición y el apoyo de la izquierda cavernaria Latinoamericana. La reacción a su modo de pensar y a los señalamientos que ha hecho desde sus días de campaña para la presidencia de Chile han sido viscerales. Los comunistas chilenos han reaccionado airadamente y lo han tildado de traidor.

Su propuesta para la izquierda fue elocuente y seminal; “si queremos un futuro en que los partidos de izquierda tengamos solo un estándar moral, en el mundo y en Latinoamérica, especialmente por los derechos humanos, no podemos condenar lo que están haciendo algunos estados o Estados Unidos, si no eres capaz de ver lo que tus aliados o quienes crees tus aliados están haciendo”.Lo que realmente quieren

Creo que, con excepción de México, donde existe una fuerte izquierda intelectual, en el resto de Latinoamérica es mayormente vocal, militante y reaccionaria. Decenas de guerrillas se esparcieron durante las décadas del setenta y ochenta que renegaron de todo proceso electoral y democrático. Los Montoneros, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Sendero Luminoso, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los Tupamaros, entre otros, operaban en la clandestinidad. Aunque hubo casos donde su existencia era una reacción a las dictaduras, al advenir al proceso democrático siguieron moviéndose en la oscuridad.

En cambio, en las universidades la izquierda se desarrolló mayormente como un fenómeno cultural donde por momentos hacía erupción la intolerancia y la violencia que destruía todo a su paso, atrasando la investigación científica y el pensamiento académico. Todo comienza luego del triunfo de la revolución cubana, que influyó decisivamente en todo el continente. (Véase Ugo Pipitone, La Esperanza y el Delirio: una historia de la izquierda en América Latina).

La izquierda se caracterizó por defender a sus aliados y amigos, y hacer silencio cuando estos cometían barbaridades, como las de Abimael Guzmán en Perú, Gregorio Gorriarán Merlo en la Argentina y los raptos de la FARC en Colombia. Se dieron casos de secuestros, asesinatos y actos de sabotajes, y fue ejecutora para la subversión política en todo el continente diseñada por la KGB y transportada a la región a través de Cuba (Véase a Juan B. Jofre, Fue Cuba: la infiltración cubano-soviética que dio origen a la violencia subversiva en Latinoamérica). Como se ha dicho, la izquierda, al igual que la derecha, tiene las manos manchadas con sangre.

Gabriel Boric ha sugerido una nueva izquierda que revise los errores del pasado, donde el perenne antagonismo a lo que sea distinto a sus creencias, se convierta ya en pasado; que entre en un proceso de autocrítica y que pueda superar a la derecha que, para asombro de muchos, en los primeros diez años de este siglo tuvo mejores propuestas de justicia social que sus adversarios. (Véase a Jorge Castañeda y Marco A. Morales, Lo que queda de la izquierda: relato de las izquierdas latinoamericanas). De esa manera tendríamos un sistema democrático robusto donde la intolerancia sería un pretérito sin peligro de resurrección.