Senado

Las elecciones internas del PPD, a celebrarse en febrero, fueron canceladas de un plumazo y de manera arbitraria. José Luis Dalmau optó por un golpe donde le da mayor tiempo para disfrutar del poder que otorga la presidencia de su partido. La movida evidencia la improvisación que el ahora máximo líder de la pava ha venido demostrando en el último año. La decisión tomada pudiera traerle problemas a él y a su partido de no haber una mitigación de daños.

A Pablo Hernández, nieto de Rafael Hernández Colón e hijo de José Alfredo Hernández Mayoral; al excandidato a la gobernación Charlie Delgado Altieri; a la alcaldesa de Morovis, Carmen Maldonado; al representante Jesús Manuel Ortiz, al excomisionado electoral Toñito Cruz y al presidente de la Cámara, Tatito Hernández, les fueron tronchadas sus aspiraciones. De todos ellos, tres son posibles candidatos a la gobernación y uno de ellos a la comisaría residente.

La jugada de José Luis Dalmau no es algo nuevo que nos deba sorprender. En 1946, Luis Muñoz Marín le dio un golpe a los independentistas que militaban en el Partido Popular al expresar que era incompatible ser popular y ser independentista. Fue una expresión hecha en Arecibo y que fue una respuesta a los miles de populares que asistieron a los tres Congresos Pro Independencia pocos años antes. El máximo líder del popularismo buscó salvar su liderato y evitar que su partido enajenara al sector proamericano que era considerablemente superior.

El mismo Luis Muñoz Marín sería otra vez protagonista de un golpe que le costó las elecciones de 1968 y tuvo el efecto de que el Partido Nuevo Progresista ganara y se cimentara el bipartidismo en Puerto Rico. En la asamblea celebrada ese año en el Hiram Bithorn, había tres potenciales candidatos a la gobernación: Roberto Sánchez Vilella, gobernador; Luis Negrón López, senador, y Santiago Polanco Abreu, representante. El líder de la pava cometió el error de decir que de los tres candidatos respaldaba solo a dos, en clara referencia a Sánchez Vilella, que al terminar la asamblea se marchó y fundó un nuevo partido: el Partido del Pueblo.

En 1981, se formó una fricción entre Rafael Hernández Colon y Miguel Hernández Agosto. Este último era el presidente del partido y luego del evento electoral se había convertido en presidente del Senado. Rafael, que había hecho una buena demostración en las elecciones al perder por alrededor de 3,000 votos, logró quitarle la presidencia, por lo que con ello aseguraría la candidatura a la gobernación para la campaña de 1984. Sin embargo, Hernández Agosto manejó el asunto con sabiduría y así pudo evitar la división y un daño irreparable.

En noviembre de 1982, el Partido Nuevo Progresista celebró una asamblea en el coliseo Juan “Pachín” Vicéns, en Ponce. El alcalde de San Juan, Hernán Padilla, era un posible aspirante a la gobernación. En ese entonces tenía mucho respaldo en el electorado estadista, pero Carlos Romero Barceló no iba a permitir que le quitaran el poder. Cuando tomó la palabra dijo tres veces: “¿Hay alguien aquí que quiera retarme a la presidencia y ser el candidato a gobernador?” Al final dijo: “Pues si no hay nadie, yo acepto”. Y ahí comenzó la división del partido de la palma que de otra manera hubiera ganado las elecciones.

Un caso interesante que debería ser estudiado desde el punto de vista de la teoría del poder fue la lucha por la presidencia del Senado entre Pedro Rosselló y Kenneth McClintock. El primero, al perder las elecciones por escaso margen —mientras el PNP ganó la legislatura y la comisaría residente— se dio a la tarea de desbancar a McClintock. Usó todos los mecanismos del partido para lograr su propósito, y aunque no pudo, las fricciones crearon dos grupos: el rossellista y el antirossellismo. Los ataques de traidor fueron opiniones morales que soslayaron lo que en realidad se estaba dando: una lucha de poder.

La refriega dentro del Partido Popular pudiera tener efectos colaterales. El nombramiento de Luis Vega Ramos como secretario general también envía el mensaje de que los soberanistas están vivos y siguen teniendo poder. Tal vez, la estrategia de Dalmau sea consolidarse, amarrar líderes a su favor y ganar tiempo para su campaña.

Sin embargo, el haber obstaculizado las aspiraciones de sus compañeros le crea enemigos que, en su momento, podrían pasarle factura.