El día que Jenniffer González llegó al Capitolio para una vista en la Comisión Anticorrupción e Integridad Pública que preside el representante Héctor Ferrer, muchos esperábamos ver a una futura líder de Puerto Rico. Las expectativas eran que una mujer de temple y carácter, con capacidad de trascender líneas partidistas y unir al pueblo estaría deponiendo ante una comisión presidida por una persona que, mucho antes de las pasadas elecciones, dijo que votaría por ella.
Tan pronto ella llegó, un grupo de representantes del PNP la acompañó y convirtieron el salón de audiencias en una actividad partidista donde la solemnidad que se supone exista dentro de ese edificio de mármol —que ha sido albergue de decenas de puertorriqueños ilustres como José Celso Barbosa, José de Diego, Antonio R. Barceló, Santiago Iglesias Pantín, Rafael Martínez Nadal, Miguel Ángel García Méndez, Luis Muñoz Marín, Ernesto Ramos Antonini, Samuel R. Quiñones, Rafael Hernández Colón, Ángel Viera Martínez, Luis A. Ferré, Roberto Rexach Benítez, Kenneth McClintock y José Aponte Hernández, entre muchos otros—, fue pasada por alto.
El estilo desentonado de Jenniffer González fue aplaudido por el sector más recalcitrante del PNP, algo que también lo tienen todos los partidos políticos; el corazón del rollo, que se caracteriza por ver con pasión proselitista todo asunto donde su partido esté inmerso y que reaccionan de manera visceral ante la más tenue crítica hecha por el adversario, o de una disidencia interna que surge en el ejercicio de su derecho fundamental a expresarse y asociarse libremente.
Su estrategia fue la de establecer y proyectar una imagen fuerte y agresiva en un ambiente político caldeado de polarización para conseguir respaldo entre los estadistas. Así desviaba la atención del propósito de la vista que era evidenciar la afirmación o acusación pública de que el gobierno de Pedro Pierluisi persigue y discrimina contra los estadistas que, según ella, la respaldan. Esto sí lo logró, porque en su muy pensado montaje histriónico desvirtuó la vista, logró crear un tumulto y descarriló la obtención de una explicación que diera sustancia a su acusación.
Sin embargo, para sorpresa de muchos, Jenniffer González sí admitió que no le constaba lo que había dicho, que no sabía si era cierto, que no había aconsejado ni sugerido a ninguno de los supuestos discriminados a valerse de una ley que prohíbe y castiga el discrimen político —como la muy importante Ley 100, que es el instrumento legal de gran parte de la Carta de Derechos de nuestra Constitución—, que no los conoce ni, mucho menos, le consta quiénes son.
Ahora bien, ¿por qué Jenniffer no admitió ni aclaró eso antes? ¿Por qué siguió explotando el asunto para su beneficio político? ¿Por qué cuando convocaron la vista no explicó que en realidad ella no sabía nada? Porque eso hubiera hecho la vista innecesaria y ella se hubiera quedado sin escenario público y gratis para su montaje y proyección política.
En un recinto como la Cámara de Representantes, donde la misma Jenniffer González fue representante y su presidenta, fue decepcionante ver a una persona en la que todos teníamos la esperanza de que sería la líder que trascendería la polarización agria y reaccionaria que padecemos los puertorriqueños de parte de grupos políticos con estilos toscos y obsoletos, cuya conducta se ha reafirmado por décadas
Cuando Pedro Rosselló ganó la gobernación en 1992 muchos de los que votaron por él fue porque vieron que era un líder que trascendía las históricas fronteras políticas, que tanto han incidido en cancelar las propuestas que cada cuatro años los partidos políticos le hacen al pueblo. Su programa de gobierno fue único y adelantado a su tiempo. Estableció programas que han durado años y que se espera no caduquen en décadas, aunque al final la corrupción se tragara toda su administración y su imagen quedara lacerada para siempre.
Igual pasó años antes con Don Luis Ferré. Su figura fresca, su proyección de sinceridad y entera credibilidad trascendieron las líneas partidistas y eso le dio la confianza al pueblo para que votaran por él. Fue una campaña ingeniosa que catapultó a La Fortaleza al primer gobernador estadista y que estableció el sistema de dos partidos en Puerto Rico, que no se veía desde antes de las elecciones de 1940.
Lo que hace días vimos en Jenniffer González nos hace pensar que el líder que pudiera trascender las tradicionales fronteras políticas y unir al pueblo, tal vez, está a décadas de distancia de nosotros.
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