Oreste Ramos
Mario Ramos Méndez habla sobre Oreste Ramos.

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación. –Jorge Luis Borges.

A mediados de la década del sesenta del siglo pasado un joven universitario de unos veinte años, que presidía la Asociación Universitaria Pro Estadidad y que había tenido como modelo la Asociación Puertorriqueña Pro-Estadidad fundada en 1943, depondría en las vistas de la Comisión de Estatus para afirmar que de Puerto Rico ser estado “se seguiría hablando español.” (Véase a United States-Puerto Rico Commission on the Status of Puerto Rico. Vol. II.).

Su participación en la política comienza en los grados escolares y hasta el día de hoy ha sido una figura presente en la política puertorriqueña. Pues viene de una familia republicana, oriunda de Manatí, que desde finales del siglo XIX defiende la estadidad y que a principios del siglo pasado varios miembros de su estirpe fueron, en diversas instancias, alcaldes, representantes y senadores. A eso le añado, que su tío abuelo, Juan Ramón Ramos, fue, junto a Barbosa, fundador del Partido Republicano Puertorriqueño el 4 de julio de 1899 en el Viejo San Juan.

Durante sus años universitarios tuvo una militancia destacada en las lides políticas dentro del partido que adoptó luego del plebiscito de 1967, el Partido Nuevo Progresista. Como estudiante fue fundador de periódicos que abiertamente se manifestaban a favor de la estadidad. Curiosamente, uno de esos periódicos lo descubrí en los papeles de César Andreu Iglesias en el Centro de Investigaciones Históricas.

Luego de graduarse de derecho, donde tuvo como profesor al más grande defensor de los derechos civiles en Puerto Rico, el abogado estadista Santos P. Amadeo, comienza a practicar su profesión; sin embargo, la vena política comienza a latir y aspira al Senado por el Distrito de San Juan en 1976 y es elegido. Fue un triunfo holgado, pues el Partido Nuevo Progresista gana la alcaldía por unos 28 mil votos.

Durante su estancia de veinte años en el Senado tuvo participaciones destacadas en la palestra publica y, a su vez, legislación decisiva para los menos afortunados; sean del mundo laboral o los que la sociedad margina y se olvida de ellos y en cada noche los vemos deambulando por las calles de la ciudad donde viven a la intemperie.

Su partido tuvo actividad ideológica durante la década de los ochenta, pero tenía el problema que sus líderes sufrían la fama de no ser personas cultivadas en la cultura y las humanidades. Él plantó bandera y fue el único de ellos que decía las cosas con originalidad, profundidad y fundamento. Era el único líder político intelectual de exuberantes lecturas que tenía el Partido Nuevo Progresista.

Su figura pertenece al liderato intermedio del movimiento estadista, que son los que dejan huellas en el devenir histórico, pero que los historiadores prefieren dejarlos en la intrahistoria, porque como dice E.H. Carr, el investigador también es selectivo con las fuentes. Por eso, en un periplo por la historia del siglo veinte podemos ver múltiples ejemplos dentro de las tendencias ideológicas tradicionales que vienen desde mediados del siglo diecinueve.

Un caso emblemático dentro del movimiento estadista es la Revista El Estado, publicada entre 1945 y 1960, donde intelectuales como José Colombán Rosario y Reece Bothwell hicieron grandes aportaciones. Este último fue el arquitecto intelectual de la “Estadidad Jíbara” y dicho pensamiento lo podemos ver en las páginas de esta olvidada revista que ni los líderes de ahora saben que existió.

Oreste acaba de publicar un libro que es lectura obligada. Es un texto que nos sirve de brújula ideológica y que en su entrelínea podemos ver que es su biografía cultural, pues trata los más diversos temas de la realidad puertorriqueña que de una forma u otra guardan relación con nuestra circunstancia política centenaria donde la desigualdad en derechos ha sido la protagonista principal.

Enjundioso como lo esperaba, este texto es escrito por el hermano que nunca tuve. Su lectura es el mejor homenaje que podemos hacerle, y que puede hacer todo puertorriqueño que crea en la igualdad en derechos, porque pocos son los que leen y escriben, y bendecidos los que ambas hacen; como muy bien Oreste lo ha hecho toda su vida.