Declaración de Guerra: La primavera de los derrotados

Declaración de Guerra: La primavera de los derrotados

La primavera de los derrotados

MARTÍN CRUZ SANTOS

Bien lo significó el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro titulado “Patas arriba: la escuela del mundo al revés” (1998). Hay situaciones sociales que no indican que exista una lógica u orden sensato. El desorden se convierte en la normalidad, el fracaso significa triunfo y viceversa. 

Durante cuatro años, en Puerto Rico se entronizó un gobierno (o desgobierno) que premió la ineficiencia, la mediocridad, el abuso del poder y la insensibilidad. No es necesario volver a enumerar los desmanes del partido que fue expulsado del poder gubernamental por el voto democrático. Pero sí es imprescindible expresar la indignación ética en el epílogo del desorden establecido.

Como en un festín de piratas que se reparten el botín, o de adultos que celebran trasnochadamente un cumpleaños con todo y piñata, los políticos derrotados se adjudicaron sus premios. Claro, no los de casi ganadores, sino los de haber triunfado en el afán por el poder, ahora corroborado con la aceptación de puestos de servicios público para los cuales, probablemente, son ineptos.

Unos perdieron en las elecciones generales de noviembre, otros ya no tendrán sus puestos de confianza en las ramas ejecutiva y legislativa; pero todos ellos buscaron agenciarse continuar viviendo del erario público. Es la época de la mediocracia, término que acuñó, el argentino José Ingenieros en 1913. El gobierno de los mediocres tuvo su primavera florida y ahora los derrotados rompen la piñata y se reparten dulces y regalos.

Causa coraje ver la insensibilidad generalizada de estos derrotados. Desde La Fortaleza se distribuyeron a tutiplén todo tipo de puestos. Quien lo hizo, posiblemente, se mudará a residir y trabajar en Estados Unidos, lejos del pueblo, consecuente con la práctica enajenada usual durante el cuatrienio. A unos los nominó como jueces, fiscales o miembros de juntas de directores de corporaciones públicas. Consignamos con tristeza y perplejidad que una de ellas será jueza del tribunal superior sin tener ni experiencia ni temple jurídico, además, de desconocer quién fue el escritor puertorriqueño Enrique Laguerre. Sin olvidar a otra de las derrotadas, que se quedó sin la alcaldía añorada, pero que tendrá un jugoso salario al ser nombrada como miembro de dos juntas de directores, como cuando fue secretaria de la Junta de Planificación y de Estado, por partida doble, durante el gobierno de Pedro Rosselló.

Y qué decir del campo legislativo. Allí los que fueron de mayoría y que ya en enero son minoría, específicamente, los presidentes de ambos cuerpos, remodelaron a todo lujo las oficinas que ocupan. Es inmensa su arrogancia, el desprecio por el pueblo y la mediocridad crasa que los habita. Nos presentaron informes económicos de un país que sólo existe en sus planes de engaño, legislaron para ese proyecto y engatusaron incluso a quienes creen que la estadidad es la mejor opción para el futuro político de Puerto Rico, sus partidarios. Son expoliadores a quienes sólo importa saciar el deseo siempre insatisfecho de acumular riquezas y poder político. Tanta es su pequeñez humana.

Es la primavera de los derrotados. Hay que recordarles que llegará su verano ardiente. Ahora, es deber del nuevo Gobierno investigar los atropellos, los abusos, los robos y los vejámenes cometidos por esos politiqueros ineptos. Están incluidos los que fueron derrotados y sus cómplices.

Ahora más que nunca exijamos justicia y respeto, y que caiga todo el peso de la ley y el desprecio del pueblo sobre quienes no respetaron la voluntad ciudadana.

Construyamos una verdadera democracia para que no seamos nosotros los derrotados.