El ELA chatarra

El ELA chatarra

15 de enero de 2013 – OpiniónPolítica – 

“Un país donde la medicina forense es una actividad diaria es una sociedad torcida”

EL VOCERO / Archivo / Xavier García

Profesor Roberto Alejandro, University of Massachusetts, Amherst

Quizás, entre nuestras madejas de olvidos, alguna perspectiva no estaría de más. Hacerlo a comienzos del nuevo año podría, quizás, mover a la reflexión.

Nuestra delegación de medallistas olímpicos logró acomodo espacioso en la plataforma de un camión, tamaño mediano, y aun había lugar para posibles trompetistas y bongoseros. Cada atleta era una demostración de esfuerzo, disciplina, y talentos. Pero cabían en el pequeño camión.

Con la excepción de Guatemala, Puerto Rico es el único país latinoamericano que en las pasadas dos décadas no ha tenido ni el más mínimo asomo de transformaciones políticas. Venezuela tuvo a Chávez; Brasil, a Lula; Bolivia, a Evo Morales; Ecuador, a Correa; Paraguay, a un cura comprometido con el crecimiento poblacional; México, a Ángel Manuel López Obrador; Perú, a Ollanta; etc… Puerto Rico ha seguido con sus eternas momias, perfumadas y maquilladas por agencias publicitarias que siempre medran con el dinero de los contribuyentes. Puerto Rico ha tenido a gobernantes, todos olvidados a 72 horas de haber perdido las elecciones, y que dejan huellas sin rastros.

Un país donde la medicina forense es una actividad diaria, con repuntes consistentes de actividad cada fin de semana, seguida, con necesidad lógica, por funerarias convertidas en empresas florecientes, es una sociedad torcida.

Todas las expresiones condicionales y metafóricas, tan frecuentemente escuchadas, son parte de la ceguera. Me refiero a expresiones como “si Puerto Rico se hunde”, “si no enfrentamos los problemas, nos vamos al abismo”, son risibles. La Isla se hundió hace tiempo. Pregúntenle a los más de 16 mil asesinados en una década. Para los que emigraron en los pasados años, el abismo era invivible. Y para los que viven en el desempleo, la pobreza, y la criminalidad, el abismo es una realidad cotidiana.

Puerto Rico es magullado por una cultura de muerte –10, 19, 22 muertos semanales o en fines de semana; muertes que a su vez reflejan la cultura del gatillerismo y de la violencia de género.

A la cultura de muerte se une un fatalismo que, como toda actitud, encuentra su lugar en el lenguaje. Frases como “eso le puede pasar a cualquiera”; “eso pasa en todos sitios”; o, la peor, “todos somos…” agregue aquí el nombre de una víctima, demarcan un territorio donde lo tenebroso impera. Esas tres aseveraciones son falsas, pero su frecuencia en expresiones cotidianas es síntoma del pensar y pesar de la charca.

Los dos partidos dominantes claman por una redescripción. Ambos son maquinarias dedicadas al saqueo de fondos públicos. Ambos son un entramado de familias, amigos, contratistas, que se distribuyen entre sí los más de $25 billones del presupuesto nacional.

La colonia es un orden, donde el ruido esconde una jerarquía exenta de acusaciones y enjuiciamientos. Es la cultura de la impunidad. No hay un solo político preso en las cárceles estatales. No es por falta de crímenes, como lo atestiguan los juicios en el Tribunal federal.

Cultura de muerte, de fatalismo, y de impunidad: ese es el tríptico del ELA chatarra, el triángulo que lo estrangula.

La otra vitrina de la democracia, en la frase urdida por los traficantes norteamericanos en la década del 60 del pasado siglo, frase fracturada desde su primera evocación, es hoy una colonia de cupones y plomo. Ojalá la Isla se hubiese acercado a ser una república bananera. Eso hubiese significado que, al menos, habría una base económica en la producción de algún fruto menor. Pero eso no ocurrió. No tenemos agricultura. Somos una fábrica de hacer pastillas con un alto precio en los mercados internacionales. Para extremo de la humillación colonial, la Isla produce medicamentos para curar los corazones atormentados de perros adinerados en Europa, pero ese medicamento ni siquiera está disponible para los satos locales. Información pública: todos los galgos boricuas son satos aunque vivan en el Condado o Guaynabo.

Las luces de neón alumbran. Y, desde el espacio de la vigilancia goggleliana, Borikén aparece como una frondosa sabana de puntos luminosos. Es pura lástima que nunca se sabe si esas iluminaciones son los disparos recién hechos o las balas hambrientas rastrillando el pavimento en persecución feroz de sus víctimas.

Puerto Rico hoy no puede compararse con la mayoría de los países latinoamericanos. En ellos hay más vigor en sus economías, en sus resistencias y en sus calles. Pero hay un modelo pasado, enterrado por una revolución, que sí sirve de modelo. Puerto Rico es hoy una versión cercana de la Cuba batistiana, con sus casinos, prostitución, y reinos de mafias norteamericanas que amamantaron al títere de gobernante hasta que la guerrilla lo corrió, literalmente, de su palacio.
Eso es Puerto Rico: un déja vu de La Habana de Batista muy bien descrita en el libro Havana Nocturne. Con un agravante: hasta el momento, la sociedad puertorriqueña no ha mostrado tener los recursos internos para, al menos, lograr un movimiento contestatario que, aun como minoría, logre establecer agendas de discusión y políticas públicas.

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