Manchita

Manchita

2 de agosto de 2013 – ColumnasOpinión – 

Nadie mejor que ella sabía hacer sentir a una persona como el ser más importante sobre la TierraVenezuela-unidad democrática

Nació en Barrio Obrero en septiembre de 1998, en medio del huracán Georges. De padre desconocido, pero de madre muy fiel y noble, siempre dije que su raza era ‘Barrio Obrero Terrier’.

Fue la última en nacer de ocho perritos. Llegó al mundo bien pequeñita y débil. Parecía que no iba a poder sobrevivir. En cuanto la vio, sin embargo, mi hija dijo, decididamente, “esa es la que yo quiero”. Desde entonces, y hasta la madrugada del 24 de julio, estuvo con nosotros.

Fue compañera inseparable. Caminábamos juntos por todo el barrio al punto que la gente, cuando me veían solo, me preguntaban: “¿usted es el que camina con la perrita, verdad?”

Sentía mi carro y sabía, primero que todos en la casa, que yo estaba llegando. Al entrar, no fallaba en recibirme y procurar de mí una caricia.

Me celaba hasta de mi esposa. De hecho, si esta se me acercaba para acariciarme, darme un beso o simplemente acostarse a mi lado, ella se insertaba entre los dos para impedir que ella ni nadie le fuera a competir por mi afecto. A la hora de dormir, tenía que estar a mi lado.

Me tenía bien amaestrado. Con un simple gesto de la cabeza, moviéndola en dirección hacia afuera, me indicaba que debía abrirle la puerta para que pudiera salir al patio a hacer sus necesidades. Relamerse, de forma pronunciada y mirándome a los ojos, era suficiente para yo saber que era hora de servirle la comida.

Le encantaba hacer su voluntad, incluyendo las cosas que sabía que no debía realizar como, por ejemplo, comer papeles de los zafacones. Aun así, cuando se le regañaba, para lo cual bastaba con mirarla, sabía bajar la cabeza, mirar de reojo y dirigirse a una esquina a cumplir una penitencia que ella misma se autoimponía.

A lo largo de su vida nos enseñó lo que es el amor incondicional. Nadie mejor que ella sabía hacer sentir a una persona como el ser más importante sobre la Tierra. Por eso, yo solía decir que “mi mayor aspiración en la vida es convertirme en la persona que mi perra cree que soy”.

Al final, cuando sus riñones fallaron y la artritis casi no le permitía sostenerse, le dimos todos los tratamientos posibles. No obstante todos los esfuerzos, llegó el momento en que su cuerpo no pudo más.

Dios me permitió tenerla en mis brazos en cada una de sus convulsiones. También estuve con ella en sus últimas horas hasta que su vida terrenal llegó a su fin. Así traté de corresponder por toda una vida de lealtad y compañía. Además, quise que supiera que siempre tuvo a su lado personas que supimos reciprocar su amor incondicional.

Hoy, aunque quedan los gratos recuerdos de una vida compartida, sentimos un vacío muy grande. Quizás Bécquer se equivocó. ¡Dios mío, qué solos se quedan los vivos!

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