Efraín Rivera Pérez, una página en nuestra historia

EL VOCERO/ Archivo

«Efraín Rivera vivió una vida y no un esquema»

Por Daileen Joan Rodríguez09/18/2013 | 01:33 p.m.

Mayagüez – El obispo de Mayagüez, monseñor Álvaro Corrada del Río, presidió esta mañana la solemne homilía en ocasión del sepelio del ex juez asociado del Tribunal Supremo, Efraín Rivera Perez, quien murió el domingo a consecuencia de un accidente con su motora en plena avenida en Guaynabo.

«Efraín Rivera vivió una vida y no un esquema», destacó el obispo.

«Ni su vida ni su muerte le quitaron el coraje», continuó Corrada del Río, durante la misa.

Poco antes, una guardia en honor al fenecido ex juez del Supremo, reunió por primera vez en Mayagüez al cuerpo completo del Tribunal Supremo de Puerto Rico.

Hasta la Catedral Nuestra Señora de la Candelaria llegaron familiares, amigos y allegados para rendirle su último adiós a quien en resumen, han descrito como un jurista sencillo y comprometido con el pueblo.

El juez asociado del Tribunal Supremo, Luis Estrella, llegó acompañado de la jueza administradora Sonia Vélez.

«Tengo que agradecerle a él, en mi proceso a la aspiración al Supremo, porque siempre fue para mí un mentor», expresó Estrella.

«Fue muy consecuente en la aplicación del derecho como jurista», agregó.

Por su parte, la jueza administradora destacó la personalidad del ex juez «porque nunca perdió su alegría, algo que en un juez se distingue, porque no solo es el derecho, sino esa sensibilidad que nunca perdió».

El secretario de Estado, David Bernier, participó en la primera ronda de guardia de honor, junto al secretario de Justicia Luis Sánchez Betances; el alacalde de Mayagüez, Jose Guillermo Rodríguez, y el ex gobernador Carlos Romero Barceló.

http://www.primerahora.com/noticias/puerto-rico/nota/efrainriveraviviounavidaynounesquema-954971/

El alcalde recordó al ex juez en su niñez, cuando siendo hijo de un comerciante en el barrio Salud ya mostraba amor por la gente y la justicia social.

El doctor José A. Frontera, decano de la Escuela de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico y sobrino del fenecido jurista, se expresó a nombre de la familia y describió al ex juez como «una persona muy firme en sus creencias, aunque respetuoso de los que pensaban diferente que él».

Familiares cercanos a Rivera Pérez finalmente lo despedirán durante una ceremonia privada en el cementerio Mayagüez Memorial.

LCDO. EDUARDO AROSEMENA | 09/15/2013

Autor de poemario «Nosotros los Poetas» en el 2001. Arosemena es un abogado, ex Secretario Auxiliar del Departamento de Estado y administrador de Wine News, un portal cibernético sobre el vino de todas partes del mundo. Pueden acceder a la página de facebook, Wine News, para más información. También pueden acceder al canal de youtube http://www.youtube.com/user/WNTVpr para videos y entrevistas sobre el mundo del vino.

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Escribo estas líneas con una gran sensación de vacío y nostalgia.  En parte porque evidencia el paso del tiempo y su consecuencia inevitable de que, tarde o temprano, se van perdiendo a los seres queridos.  Hoy desperté con la noticia de que había partido del plano terrenal quien en vida fuera Efraín Enrique Rivera Pérez, mayagüezano, puertorriqueño, jurista, mentor, amigo, hombre de inmenso apetito por la vida y de un corazón del tamaño de su robusta corpulencia.

Mucho se puede decir de su obra, legado y trabajo en sus años sirviéndole a Puerto Rico como Juez Superior, Juez del Tribunal de Apelaciones, Juez del Tribunal Supremo, asesor de Gobernadores, profesor, defensor férreo de sus ideales, siempre observando los cánones de ética, la caridad humana y esa humildad y transparencia para quienes tuvimos la dicha de conocerle y llamarle: Juez, Jefe, Efraín, amigo.

Pero, en mi carácter personal, no como abogado o fiscal, quiero hablar del hombre, no del Juez.  Conocí al Juez Rivera Pérez allá para el 2005, cuando se me presentó la oportunidad de trabajar como su oficial jurídico en el Tribunal Supremo de Puerto Rico.  Ese año tomé la reválida.  Luego del examen, empecé a laborar en su oficina investigando jurisprudencia, redactado borradores de votos para la Alta Curia, entre otras cosas.  Así estuve dos meses, en ocasiones asustadizo y tímido por las circunstancias de trabajar en el más alto foro judicial y, por supuesto, por la intensidad del trabajo y el temperamento firme y fuerte del Juez Rivera Pérez.  Con  el tiempo aprendí que ese corazón inmenso necesitaba un espacio grande y una voz fuerte para latir.

Cuando llegaron las notas de la reválida, el Juez me llamó a su oficina para indicarme que no había aprobado el examen por 2 puntos.  Me habló como le hablaría un padre a un hijo, me contó experiencias similares por las cuales él había pasado en su juventud de cara a los rigores y angustias del ingreso a la profesión legal.

Más allá de sus consejos, hizo un compromiso conmigo que no tenía por qué hacer. Me dijo que me desvinculara de mis preocupaciones, que por el tiempo que había trabajado con él-3 meses en ese entonces- era evidente que yo conocía el derecho y que probablemente me habían traicionado los nervios.   Me dijo que estudiara otra vez, que no me preocupara por la plaza y que estaba seguro que pronto aprobaría la reválida.  Me dijo que aunque no me podía hacer ninguna promesa de empleo, nos volveríamos a ver pronto.

Llegó el mes de marzo del 2006. Tomé el examen y me puse en manos de Dios en cuanto a los resultados.  Luego de unas semanas de tensa y espinosa espera, recibí una llamada del Juez Rivera Pérez para darme la noticia de que había aprobado el examen cómodamente.  Me dijo que uno de sus oficiales jurídicos estaba próximo a irse a la práctica privada y, que si me interesaba, la plaza era mía.  Así, en agosto de 2006, me integré de lleno al equipo de trabajo del Juez.

Estuve un año aprendiendo a ordenar las ideas y a atemperar las mismas al ordenamiento jurídico. A su lado, aprendí a redactar ordenadamente, dejando a un lado la pasión y fogosidad para buscar siempre, como él decía, “los hechos esenciales y materiales de cada caso.”  Aprendí a pensar como funcionario del tribunal, como depositario de la fe pública antes que pensar como abogado.

Aprendí, como me decía el Juez, que el derecho emana del sentido común, que el mismo no es difícil, que su aplicación no necesita un lenguaje complicado y que el fin de toda opinión o sentencia es que lo pueda entender la persona de a pie, ese Juan del Pueblo a quien le afecta el funcionamiento y las decisiones de nuestro más Alto Tribunal.

Recuerdo cuando revisaba los borradores de los escritos mientras movía un lápiz o bolígrafo en su mano, en ocasiones taladrando la mesa con emoción y orgullo porque se había hecho bien el trabajo, porque había ganado la justicia.  Por supuesto, en más de una ocasión, con su estruendosa e inolvidable risa, me decía “Eduardito…esto es un arroz con coco, empieza de nuevo y hablamos”.

Le gustaba interactuar con su personal, se sentaba a almorzar con sus secretarias, alguaciles, ayudantes y oficiales jurídicos.  No era una persona pomposa o protocolar, detestaba la injusticia, intercedía en su carácter personal para ayudar a todo el que necesitara de alguna ayuda de parte de un hombre de su posición.  Y ayudaba sin buscar la noticia, la recompensa o la primera plana.

Acogía las causas ajenas como propias,  se compadecía del dolor hasta el punto que, en más de una ocasión, derramaba una lágrima en solidaridad con su gente.  Era fiel a sus amigos, leal a los suyos, apegado al orden y al derecho, entusiasta de la buena comida, amante de los vinos de la Ribera del Duero, de su Ford Bronco verde, motorista, cazador, comprador compulsivo de herramientas, estudioso de la historia política de Puerto Rico y Estados Unidos, fanático de los boleros y del coquito navideño, perenne visitante del café Zayas, coleccionista de canciones de Elvis Presley y Julio Iglesias, colaborador estrecho de su gran amigo, el Juez Presidente Hernández Denton, con quien supo aunar esfuerzos por el bien de nuestro amado Puerto Rico.

Hombre que tras sus gafas oscuras y bajo aquel elegante sombrero, detrás de los tirantes que vestía, se ganó, con su vida, en los altos y los bajos, con sus triunfos y fracasos, cada una de las letras que componen la palabra: SEÑORÍA.  Descanse en paz Juez.  Nunca te olvidaré, Efraín.