Gobierno y administración de turno

3 de octubre de 2013

Gobierno y administración de turno

ANTONIO QUIÑONES CALDERÓN

Recientes informes sobre las finanzas públicas y la situación socioeconómica de la isla –empleo y desarrollo económico, salud, resguardo de la niñez y la vejez, educación, seguridad– evidencian el fracaso de una manera de gobernar que no ha variado desde el ensayo de la institucionalidad del gobernador Tugwell en años 40. El “gobierno de Puerto Rico” se sigue operando igual que desde entonces sin atender los dramáticos cambios registrados en un mundo globalizado. Peor que eso, los escasos cambios ocurridos han sido para empeorar.PPD-12-4-11

Vale una aclaración. Seguimos confundiendo “el gobierno permanente” con “la administración de turno”. No es lo mismo. El gobierno es la institución permanente que establece el sistema constitucional para la protección social de sus ciudadanos y el marco legal bajo el cual se implantará la política pública de desarrollo económico que permita, a través de un sistema contributivo eficiente y equitativo, la financiación de la obra pública a realizarse y los servicios directos a ofrecerse al pueblo. La “administración de turno” es la que se conforma tras cada elección general para administrar el gobierno permanente a base de los parámetros y las instituciones vigentes.

La administración pública pasa; el gobierno (o el Estado, si se quiere) permanece. Pero no debe permanecer intacto, como ha venido ocurriendo aquí por años y años. Tiene que transformarse, evolucionar, según evolucionan los tiempos y las circunstancias económicas, sociales y de manejo gubernamental en la isla y en el mundo. Aquí todo permanece igual. ¿Por qué? Porque las administraciones públicas que se turnan el poder cada cuatro o cada ocho años, usualmente se montan en el carrusel del gobierno paternalista que no quiere molestar a los ciudadanos –a los electores, es decir– que acudirán a la próxima elección.

Y así tenemos a un pueblo resignado que, vencido por un gobierno protagónico y paternalista, ha entrado en un letargo colectivo, esperándolo todo del gobierno y alejado totalmente del papel que le corresponde y tiene que ejercer como el verdadero actor del drama colectivo. No el de actor suplente o lejanamente secundario, sino el de verdadero protagonista de su destino y el de su pueblo.

Así liberado por ese estado de cosas, “el gobierno permanente” funciona en total inercia, sin propuestas e iniciativas creadoras (busque en su mente el lector cuándo y cuál fue la más reciente idea creativa en beneficio del pueblo que se la zafó a una administración pública funcionando bajo el gobierno permanente).

De ahí que, después de millones de millones, de billones es decir, de dólares administrados por 17 administraciones desde que estamos eligiendo nuestro gobernador, de 10 gobernadores y de 65 presupuestos, parte del drama puertorriqueño es el siguiente: 1.8 millones de habitantes (el 49% de la población) viven sin servicio de alcantarillados; 1.4 millones (el 38%) dependen del programa federal del PAN para alimentarse tres veces al día; el 60% del agua que produce la AAA se pierde o no se factura causando un déficit de más de $860 millones a la corporación; se sigue invirtiendo entre $80 y $100 diarios en el mantenimiento de cada confinado, pero apenas entre $12 y $22 diarios en educar a un niño; el gobierno no ha demostrado capacidad para atender como merece la población de nuestros niños con discapacidades físicas o emocionales, pero tampoco para facilitarles las rutas del aprovechamiento adecuado a los estudiantes talentosos; más de 400,000 puertorriqueños no tienen ni pueden adquirir un seguro médico y más de 500,000 han tenido que abandonar la isla en busca del empleo y la vida plena que aquí no consiguen.

Repito: no hablo de esta u otras administraciones de turno; hablo del gobierno permanente y paternalista que propicia unas administraciones elegidas más a base de fantasiosos eslóganes (“La Patria se hace trabajando”; “Vamos por buen camino”; “Por un Puerto Rico de primera”; “Puerto Rico lo hace mejor”; “Primero la gente”), que finalmente se reducen a eso, a meros eslóganes de campaña creados por publicistas a costos millonarios que no tienen sentido mientras no se transformen las bases del gobierno permanente que padecemos. Seguiré con esto.

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