Una ciudadanía responsable: ANTONIO QUIÑONES CALDERÓN

6 de febrero de 2014

Una ciudadanía responsable

ANTONIO QUIÑONES CALDERÓN

La ciudadanía (el conjunto de los ciudadanos de un pueblo o nación, que dice el diccionario) va más allá de su existencia como un estado legal y constitucional y trasciende el reconocimiento oficial de deberes y derechos de los ciudadanos que la conforman.

Fue lo que pretendió dejar patentemente claro la Declaración Universal sobre la Democracia adoptada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, sus siglas en inglés) en su 161ra. sesión celebrada en Egipto en septiembre de 1997, en la que se estableció que para que el estado de la democracia sea duradero se necesita un clima y una cultura democráticos “nutridos constantemente y reforzados por la educación y otros medios culturales de información”.

Por ello, agrega la declaración, “una sociedad democrática debe comprometerse en beneficio de la educación en el sentido más amplio del término y, en particular, de la educación cívica y la formación de una ciudadanía responsable”.

Ahí, en esa última línea, me parece que está el razonamiento de lo que intento plantear: la necesidad (en el caso de Puerto Rico, la urgencia) de una ciudadanía responsable y alerta ante su propio destino.

USA

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Por “ciudadanía responsable”, no me refiero meramente al acatamiento de leyes que rigen el armazón civil o penal, ya que es asunto que no está en discusión.

O no debería estarlo. Me refiero a una ciudadanía que no esté enajenada de las duras realidades de la vida diaria del pueblo y de su propia vida; que no esté entretenida con lo llanito y lo superficial, sin conciencia de las consecuencias aterradoras para sí misma que plantean políticas públicas erradas de larga tradición.

¿Cuáles temas dominan en nuestros días prácticamente toda conversación? ¿Cuál es el eje de casi toda la discusión pública? ¿El choque de ideas en búsqueda de alternativas de solución o amortiguamiento, al acercamiento, ya a la vuelta de la esquina, de un desolador cuadro económico, social y fiscal para todos los puertorriqueños? ¿Las opciones ante la manifiesta degradación del sistema público de enseñanza desvalorizado e indigente de un desarrollo integral de nuestra juventud o el déficit de confianza en las instituciones públicas o privadas, la Iglesia incluida?

No, nada de eso. La bayoya, la bachata, es lo que está en orden. Hay que ver la cara que ponen muchos cuando su banal conversación salpicada de ñoños clichés y chistecitos más simplones aún, es interrumpida con una pregunta vital a nuestro desarrollo como pueblo o encaminada a abordar temas puntuales para nuestra vida personal o colectiva. No, hoy predomina –claro que hay una que otra estrecha excepción– lo chabacano, lo superficial, lo frívolo, el faranduleo.

Hay más expertos en el tinte de pelo y el mal de amores de la tal actriz o del tal actor, que en los temas medulares susceptibles de afectar malamente sus propias vidas y las de sus descendientes.

El faranduleo, el pasatiempo morboso consume todo el tiempo que debe utilizarse para analizar el estado de cosas vitales que se presentan ante nuestros ojos. El arte de la conversación útil hace tiempo que desapareció. Y de la escritura ni se diga.

El pésimo uso que muchos dan –jóvenes y adultos– a los adelantos de la tecnología en las comunicaciones, está produciendo analfabetos en la escritura devaluando la palabra al sustituirla con símbolos y abreviaturas que no hacen sino –como ha dicho Luis Rafael Sánchez– producir un habla “atarantado y cretinoide”.

Así, en ese devaneo cultural, se le deja el camino abierto al liderato político y de gobierno para hacer y deshacer a su antojo cuanto le venga en gana. siempre con la mirada fija en sus propios intereses y los de su partido.

Y en ese estado de cosas, -agravado por un fanatismo partidista que impide una discusión inteligente de los problemas reales de actualidad–, el ciudadano se va convirtiendo en mero peón, en mero observante pasivo del barranco abajo por el que se desliza nuestro pueblo.

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