Los puertorriqueños siempre nos hemos considerado el centro del mundo. No es una característica nueva en nuestra historia. Tiene años en nuestra siquis colectiva. Antonio Pedreira lo planteó en su libro, ‘Insularismo’. Estamos acostumbrados a vernos continuamente en el espejo irreal de nuestra realidad circunstancial. Todo lo dicho o por decir es sobre nosotros mismos. Por eso Pedreira habló de darnos un tapabocas colectivo.
Cuando mencionamos actores o factores foráneos, que no son parte de la realidad política, histórica o cultural del puertorriqueño, los usamos como comparables para enaltecer una causa o un líder político, o a una figura cultural o deportiva, o para enaltecer a todo un pueblo.
En el deporte, en específico, recuerdo las comparables entre figuras estelares del béisbol de las grandes ligas como Willie Mays y Roberto Clemente. En la música popular se dio igual: Rafael Hernández y Agustín Lara. Aunque debemos decir que estos son ejemplos atípicos porque ninguno podía envidiar las virtudes del otro. Fueron superdotados en sus respectivos campos.
Otro ejemplo, un tanto subjetivo y algo dilatado, lo es el concepto de nacionalidad. Hay la creencia generalizada que la sociología política de todo nacionalismo, sea éste cultural o político, reacciona análogamente ante ciertas circunstancias o coyunturas históricas. Así lo sugirió Berch Berberoglu en su seminal libro ‘The National Question: nationalism, ethnic concflict, and self-determination in the twentieth century’, que le dedica un capítulo a Puerto Rico. La comparación es inexacta porque en los demás nacionalismos –incluyendo los catalanes, quebequenses y palestinos- no hay la particularidad o distinción que hay en Puerto Rico: del alto valor y aprecio hacia las instituciones de gobierno de los Estados Unidos y la visión, por parte del pueblo, de la ciudadanía americana como valor fundamental para el puertorriqueño.
Sin embargo, tenemos comparables que se han devaluado o tornado risibles hasta llegar al absurdo. En el movimiento independentista hay un discurso de comparar a Oscar López con Nelson Mandela. La comparación es completamente incorrecta. Las circunstancias políticas e históricas en que ambos se desarrollaron y lucharon por sus causas son diametralmente opuestas. En el caso de Oscar López, éste podía ejercer libremente su derecho de expresión por su causa apoyándola mediante el ejercicio del sufragio. Lo que no podía decirse de Nelson Mandela.
Por otro lado, en el PNP hay una secta reaccionaria, de mesianismo pagano y culto al líder, que compara a Ricky Rosselló con la figura egregia de Mahatma Gandhi. Comparación que, además de insensata, es ridícula en extremo. Esta secta, farisaica en el trato e intolerante con el disentimiento del correligionario, va por su segunda generación y curioso que ahora sea el hijo de su fundador el líder de la misma.
En ambos casos, las comparaciones, además de incorrectas y erróneas, contienen fuertes elementos de irracionalidad que devienen en fanatismo, por no decir fundamentalismo. Ninguno de los dos es paradigma de lo que sus acólitos alegan. El fanatismo pone virtudes donde no las hay, y ambos casos pudieran ser ejemplo de ello y cómo el mismo fanatismo por un líder aumenta la óptica emotiva que sintamos en ese momento. Estos casos evidencian como la manera cultural de vernos y proyectarnos se ha deformado al paso del tiempo. Hoy son perplejidades de nuestra cambiante realidad cultural.
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