Una vez en el poder, Obama empujó una agenda ambiciosa para enfrentar la “Gran Recesión” que azotaba a la Nación y para concretizar su programa de gobierno inspirado en la consigna de “sí se puede”. Éste engranó y encaminó su administración, logrando avanzar iniciativas y programas para la estabilidad y el desarrollo socioeconómico nacional. Dichos esfuerzos contribuyeron a su reelección en noviembre de 2012.

Ahora, a casi seis años de mandato, la administración Obama siente los efectos de golpes autoinfligidos y traspiés que acentúan el desgate natural que experimentan las administraciones presidenciales. Sus proyectos e iniciativas emblemáticas, domésticas e internacionales, se tambalean y son cuestionadas por su inefectividad y costos, provocando a su vez que los legados que pudiesen atribuírsele luzcan inciertos. De hecho, a juzgar por las valorizaciones que se hacen sobre su administración, parece ser que el Presidente Obama va posicionándose para ocupar otro lugar particular en la historia, esta vez como uno de los presidentes con mayor desaprobación ciudadana.

El bajo nivel de aceptación de Obama y lo difuso de lo que pretenda considerarse como sus logros y legados, es producto en gran medida de sus propias acciones, omisiones y comportamientos en diferentes ámbitos. Por ejemplo, a nivel internacional la administración Obama ha sido inefectiva manejando crisis que inciden en la estabilidad geopolítica de regiones y la protección de derechos civiles, luciendo desarticulada, incapaz de ejercer liderazgo y carente de políticas y programas a la altura de los retos y oportunidades del momento. Ejemplo de ello son las respuestas erráticas ante las crisis en Bengasi, Siria, Ucrania y Venezuela, entre otras; la incapacidad de atajar el desenfreno del presidente Vladimir Putin y otros mandatarios; y al empuje de economías emergentes, principalmente asiáticas y latinoamericanas, que se posicionan y compiten exitosamente en el nuevo contexto global, mientras Estados Unidos pierde prominencia, respeto, competitividad y desaprovecha sus ventajas y recursos.

Asimismo, en el plano doméstico, la administración Obama ha tenido tropiezos implantando programas emblemáticos como el “Obamacare”; relacionándose productivamente con el liderato congresional; y por escándalos como la intervención del I.R.S. con grupos conservadores, el manejo inadecuado de programas del Departamento de Asuntos del Veterano y recientemente la liberación de militares talibanes detenidos en Guantánamo.

Obama también luce haber tirado la toalla en los esfuerzos por lograr una reforma migratoria que podría ser un gran legado. Más aún, resulta irónico que Obama, Premio Nobel de la Paz y a quien se catalogó como campeón de la igualdad, la esperanza y el “sí se puede”, sigue sin atender como corresponde el reclamo de los puertorriqueños, quienes en noviembre de 2012 le retiramos nuestro consentimiento, si alguna vez lo tuvo, a nuestro presente estatus territorial, favoreciendo la Estadidad como alternativa.

Cada presidente ha trabajado efectivamente para dejar legados durante su incumbencia, en beneficio de las generaciones del presente y del futuro. Esto enfrentando y sobrellevando adversidades e inclusive gobernando con un Congreso controlado por un partido distinto al suyo. El Presidente Obama tiene esta misma oportunidad y luce que la está desaprovechando. Y de hecho, su agenda de legados tiene que incluir medidas afirmativas para que los puertorriqueños finalmente tengamos un estatus político digno, verdaderamente democrático y que encamine nuestro desarrollo sostenible, conforme el mandato de nuestro pueblo en las urnas.

Mientras tanto, quedan latentes las siguientes preguntas: ¿Le fallará Obama a Puerto Rico? ¿Cuál será su principal legado para los puertorriqueños?

Esta nota aparece en la edición impresa de El Vocero.