EL VOCERO / Archivo

Los agentes del colonialismo, fracasaron pero no quieren admitirlo. Saben que el sistema político y económico del ELA colapsó; que no tiene salvación. Se niegan a aceptar que la estadidad es la verdadera solución de progreso inmediato y permanente. Ahora, para sentirse que tienen algo que decir o proponer, hablan de la reestructuración o la renegociación de la deuda pública de Puerto Rico. Esta es la nueva trampa colonialista, su último cuento de camino.

Ningún estado de la Unión está hablando de renegociar su deuda porque no tienen necesidad. Los niveles de actividad económica y de empleo en los Estados Unidos están en progreso. Aquí, por debajo del piso. En vez de admitir que la estadidad es la mejor solución para Puerto Rico, se ensañan en meternos en la costosa torpeza de una acción desesperada de reestructuración. Ese es un proceso cuesta arriba que sólo empeorará las cosas. Esta colonia está irremediablemente condenada a muerte. Todo es un truco para seguir fabricando espejismos. Ese truco, sin embargo, lo que realmente haría es acabar de destruir lo que queda de Puerto Rico… y por muchos años. El descrédito en los inversionistas y mercados financieros, sería insalvable.

Lo peor de todo es tener que escuchar el aluvión de disparates que dicen para adornar esa “reestructuración” como si realmente fuese una alternativa para Puerto Rico o como si fuese un proceso rápido y sencillo. Utilizan como ejemplos a otros países con situaciones muy distintas a la nuestra. A simple vista parece fácil: “si no tenemos con qué pagar, pues que nos hagan un cómodo, crujiente, delicioso y razonable plan de pagos”. Como dice el refrán “con la boca es un mamey”… pero en la realidad, es… anamú.

En primer lugar, la reestructuración de una deuda pública requiere el consentimiento mutuo del país deudor y sus acreedores. En el caso de Puerto Rico, los acreedores son muchísimos  lo que complica todo. Si no hay consentimiento mutuo, entonces no es reestructuración; es impago de la deuda. Por lo tanto, la reestructuración implica salvar escollos constitucionales, legales, contractuales grupales e individuales, acordar términos y condiciones viables y aceptables. Sobre todo, implica que los acreedores estén plenamente convencidos de que el gobierno deudor está dispuesto a cumplir con los nuevos términos de pagos e intereses y que también tenga los planes adecuados y los recursos suficientes para ese cumplimiento renegociado.

En segundo lugar, los acreedores tienen que estar seguros de que el gobierno deudor no tiene otra manera de pagar bajo los términos en que se pactaron originalmente las deudas como bonos, notas y otros instrumentos financieros. Los acreedores entienden que Puerto Rico sí tiene con qué pagar sus deudas. Saben que lo que realmente ocurre es que hay un desgobierno que administra mal, desplanificado, que infla sus recaudos y aumenta sus gastos en contratos, publicidad, otros líos y nunca logra cuadrar la caja. Un desgobierno que sostiene un sistema colonial que estructuralmente limita las oportunidades de desarrollo social y económico. Eso es lo que las firmas evaluadoras del crédito le han expresado en varias ocasiones.

En tercer lugar, los acreedores también tienen que estar seguros que los problemas económicos que provocan la necesidad de la reestructuración no son de tipo “estructural”. En esta colonia, ese es, precisamente, el problema. Si algo tiene la agonizante economía del ELA son decenas de problemas estructurales y así lo han admitido hasta muchos líderes colonialistas en innumerables ocasiones. Tenemos una colonia con población decreciente y en fuga a los estados; con alto desempleo; más de la mitad de la población puertorriqueña vive bajo nivel de pobreza; poco e inseguro el ambiente para la inversión; desconfianza en las acciones del gobierno; niveles negativos de actividad económica y un sistema contributivo confiscatorio y abusivo de país quebrado que ya no produce más recursos. Una colonia tipo canasta de paja donde no importa cuánta agua viertas en ella siempre estará vacía. Una colonia cuyo principal problema estructural es que se embrolla para hacerle creer a la gente que se puede vivir el estilo de vida de un estado de la Unión, sin serlo y sin tener la misma participación que los estados en la distribución de los fondos federales, las obligaciones, los derechos y los poderes políticos donde “se reparte el bacalao”. Si fuésemos un estado, no habría que hablar de esto ni de La Crudita ni tantos líos más. Tendríamos $20 mil millones adicionales cada año y muchos  recursos más para fortalecer nuestra economía.

En fin, nadie se deje tomar el pelo con este cuento para hacerles creer que con la colonia hay alguna salvación. Ese cuento de la reestructuración de la deuda no se da en el vacío. Tiene consecuencias funestas en los bolsillos de casi todos los ciudadanos, sus planes de retiro, sus inversiones, sus ahorros, sus propiedades y su acceso a financiamiento para poder vivir. Después de todo, si se diera la reestructuración, la colonia tendría que continuar tomando prestado para continuar aparentando el estilo de vida de un estado de la Unión, si encuentra quien le preste, y a tasas usureras como ocurre ahora.  Esa reestructuración es como el anamú, alguna gente piensa que es medicinal, curativa y que espanta ‘lo malo’ pero realmente esa es… “la hierba que el chivo no masca”. Así de mala es mis amigos. Ya está bueno de tanta estupidez colonialista. La estadidad es la solución.

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