Por Máximo Cerame-Vivas
Nuestra mentalidad colonial nos obliga a pensar antes que nada en lo local, aunque a veces nos obligamos a pensar que lo de afuera es superior. Cuando nos criábamos, los sacerdotes eran predominantemente Españoles, y los sermones en Misa nos sonaban con marcado acento Español. Luego vinieron curas norteamericanos, y el acento de los sermones era masticado al Inglés. Cuando fuimos a la universidad, los profesores de mayor alcurnia eran los extranjeros que también conferenciaban con acento de fuera. Lo de afuera era culto, mas sabihondo, y las familias “de bien” mandaban a sus jovencitos a academias militares y luego a universidades del extranjero.
Claro, entonces el destacarse suponía haber logrado algún destaque en el extranjero. Algunas universidades nuestras no contratan a sus propios egresados a convertirse en facultad. Eso, dicen, fomenta el “inbreeding”. Anatema. Nuestros egresados “no valen”. Hay que traer mentes foráneas. Por ende, a nuestros egresados, que se vayan.
En artes plásticas, según se asevera en el libro “Puerto Rico Arte e Identidad”: El arte puertorriqueño no debe “envolverse con temas americanos o temas europeos.” Debe “…llevar un paisaje puertorriqueño.” El issue candente, que aun perdura, “…era como retener un espíritu nacionalista mientras participaba …en el diálogo estético mas abarcador del arte contemporáneo en los Estados Unidos.” No se cuanto haya evolucionado ese sentir.
A Myrna Báez se le dedicó muy merecidamente la “Campechada” este año. Educada en España y Pratt, NY, entre otros, ha exhibido su obra, o ha sido premiada, en Pratt Graphic Center, NY; I Premio en la Bienal de Grabado en Maracaibo, Venezuela; III Premio en la Bienal de Cuenca, Ecuador; Museo de Bellas Artes, Springfield, MA; Museo Haydée Santamaría, Cuba; Museo de Arte Moderno, NY; Museo Metropolitano, NY; y Museo La Tertulia, en Cali, Colombia. Para mencionar solo algunos.
Francisco Oller y Cestero, de Bayamón, y autor de El Velorio, 1893, se codeaba en París y exhibía con Monet, Renoir, Bazille y Sisley, de quienes aprendía y a quienes les enseñaba.
Quiéranlo o no, los boricuas de mayor éxito han sido salpicados con educación y destaques fuera de la Isla.
José Ferrer, Cyrano de Bergerac, nuestro insigne actor y “performer” en tablas, cine y televisión, en drama y en musicales, no ha tenido un solo reconocimiento en Puerto Rico, aparte de que su nombre sea el de una callecita. Hizo su carrera fuera de la Isla al no haber aquí ni los espacios, ni las plazas, ni el público, ni las oportunidades para él alcanzar lo que alcanzó fuera.
El maestro Roselín Pabón no es el Director de nuestra Sinfónica porque no ha sido director de sinfónicas fuera de Puerto Rico. ¡Pajitas!
Sea cual fuere el caso, yo, puertorriqueño, seguiré orgulloso y enorgulleciéndome de José Ferrer, del Dr. Victor Manuel Blanco, astrónomo que dirigió el Observatorio Astronómico de Cerro Tololo, Chile; de Justino Díaz, bajo operístico; de Pablo Elvira, barítono operístico; de Raúl Juliá, insigne actor; de Sonia Sotomayor, jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos; de Luis Rafael Sánchez, docente o conferenciante en universidades tales como Harvard, Princeton, Cornell, Columbia, Johns Hopkins, Madison en Wisconsin, Stanford en California, George Mason, Rutgers, Brown, Syracuse, Haverford, Middlebury, Darmouth, Arkansas, Rhode Island y Stony Brook, y de Lima, Monterrey, Nacional Autónoma de México, la Universidad Simón Bolívar de Caracas, la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y la Universidad de Cartagena de Indias.
Y de los muchos otros que hacen patria demostrando que los puertorriqueños somos capaces de competir en cualquier liga, y lo hacemos.
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