Por: Oreste Ramos, Abogado

Los rebullones, pajarracos aludidos por Rómulo Gallegos en Doña Bárbara, que se alimentan de animales moribundos, “quieren sangre”. Pero, en este Macbeth sin sangre que es la política nuestra, eso es lo que han olido los que ven herido al Gobernador para arrancarle esa ilusión de poder a la cual llamó Llorens Torres “hosco gusano”. En Fortaleza ya está viendo el hombre que, como cantó Gardel, en Yira, “a tu lao se prueban las ropas que vas a dejar”.

¿Lealtad? Será la de su familia, los que en otros días le celebraban los “me vale” y lo aplaudían, ahora lo consideran lastre y le dicen que vaya recogiendo los bártulos porque se secan las fuentes de los grandes donantes ocultos y las de las comisiones de los traficantes de influencias.

Las hienas, los rebullones, los que quieren heredar los despojos, los que se alimentan de sus negocios clandestinos con el gobierno, los intermediarios y, claro los acostumbrados a vivir con enormes sueldos, carros grandes con luces parpadeantes y sirenas, se aterran. Puede ser que, desde ahora, traten de liquidar al enfermo para hacerle como a la viuda de Zorba el Griego: tan pronto dejó de respirar, la empujaron al suelo para llevarle hasta el colchón. Al hombre al cual “le valía” ahora le cuesta . . .la vida.

Por repetir lo que le dictaron sus consultores internacionales: que hay que hacer una reforma laboral, reducir los gastos, bajar la nómina y exprimirnos los bolsillos para pagar por los muchos años de malas mañas, de coger prestado para pagar lo que se cogió prestado. Pero, como dijo Daniel Santos, “te metiste a soldao y ahora tienes que aprender”. Y pronto tendrá que recibir a la comisión de notorios que lo visitarán a pedirle que se salga “por el bien del Partido”. Si les sigue la invitación, algunos lo llamarán cobarde, otros héroe y, aún otros, enjugando una furtiva lágrima (de cocodrilo) gemirán el borinqueñisimo “¡hay bendito, tan bueno que era!”.

Tal vez pase a mejor vida; pero talvez se quede condenado a la mala vida, a esa muerte larga, a esa larga enfermedad terminal de la política. Tal vez la guardia pretoriana le dará la puñalada final para instalar a algún Claudio tembloroso detrás de una cortina. O que, en alguna actividad oficial, lo acuchille algún amigo cercano: “¿Et tu, Brutus?”

Si hubiese seguido gritando, como la Kirchner, maldiciendo a los “fondos buitres” y soliviantando al nacionalismo de los incautos, no terminaría (por ahora) como el mostrenco de Doña Bárbara: en el tremedal que se lo traga “con un chasquido de lengua golosa”. Y pensar que solo tenía que complacer a los partidarios del: “miénteme más que me hace tu maldad feliz”. Y proclamar como Don Juan, (el de Zorrilla): “Los muertos que vos matáis gozan de cabal salud”. Tal vez aún lo pueda decir, pero al borde del sepulcro político. Porque hay hombres para los cuales el “hosco gusano” de Lloréns es de seda. (Exeunt Caesar)