Es casi un lugar común escuchar que Puerto Rico es Macondo, esa tierra que se quedó para siempre impregnada en el imaginario colectivo por la forma en que la narró el escritor Gabriel García Márquez, quien falleció ayer a sus 87 años en su casa en Ciudad de México tras haber salido del hospital por una infección pulmonar. 

Otros, hayan o no leído la novela donde ese mundo nos reclama, “Cien años de soledad”, afirman con certeza que la aldea que diseñó el autor colombiano en clave de realismo mágico -donde sus habitantes contemplaron una llovizna de flores amarillas y vivieron tanto el descubrimiento del hielo como el terror de que un hijo naciera con cola de cerdo- guarda mucho en común con las rarezas y las contradicciones de Puerto Rico.

“Cien años de soledad”, referente del boom latinoamericano y una de las piezas clave de la literatura universal, cuenta la historia de las siete generaciones de la familia Buendía y donde se enmarca la trama, Macondo. La frase de arranque es recitada por muchos como una suerte de saber que ayuda a hacer las paces con la realidad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Tal vez, aunque muchos encuentren puntos conectores entre Puerto Rico y ese lugar, vale tomarse un segundo para meditar que realmente Macondo bien puede reflejarnos a todos, más allá de naciones y trasfondos. En la edición conmemorativa de “Cien años de soledad” que publicaron la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española en 2007, en la presentación nos reafirman esa idea: “Firmemente arraigada su acción en un rincón de América, en ella palpitan experiencias universales de humanidad: Macondo es un lugar que contiene todos los lugares”. 

La historiadora Silvia Álvarez Curbelo pone en contexto esos nexos que algunos identifican entre Macondo y Puerto Rico, sin dejar de sorprenderse ante la coincidencia de que en una misma fecha, el cantante Cheo Feliciano y el autor Gabriel García Márquez murieran. Ambos, como recuerda, manejaron el concepto de “familia” como ilustran las canciones de uno y la historia de otro.

Aunque cuando se habla de Macondo y Puerto Rico el contexto suele ser “peyorativo”, Álvarez Curbelo sostiene que en esa aldea donde se encuentran personajes como Melquíades, Úrsula Iguarán, José Arcadio Buendía y Remedios, la bella, entre otros, “es muchas cosas”.

“Macondo es memoria profunda, es también familia. Ahora que hablamos de Cheo (Feliciano), es este concepto de familia. Y ‘Cien años de soledad’ es también esa red de familiares con todos sus entresijos y sus incestos, y sus violencias pero también es arraigo por los lugares, por la tierra”, subraya la historiadora tras traer a colación esas partes duras de la historia como las desgracias, las lluvias interminables, la matanza bananera. Esos eventos que desde la novela concatenan la realidad con la ficción por los matices del realismo mágico.

Álvarez Curbelo aclara que decir que Puerto Rico se parece a Macondo porque pasan cosas extrañas alude a una parte de ese lugar, “pero todas las sociedades tienen un lado extravagante”.

La crítica literaria Carmen Dolores Hernández enfatiza que “cualquier lugar que se salga de las normas de la modernidad, de los grandes países de Occidente, de esos patrones, puede ser Macondo”. De acuerdo con Hernández, la modernidad y la posmodernidad no entienden los tiempos y las aspiraciones diferentes de los lugares que otros llaman “atrasados” pero que, sin embargo, más allá del atraso quizás ven la vida de una manera más sensata.

“El Macondo de García Márquez está predicado sobre las partes rurales de Colombia. ¿Por qué Macondo es Barranquilla, Aracataca o los lugares donde nació y creció? Porque tienen unos ritmos de vida y unas aspiraciones diferentes a las que tienen las grandes ciudades de Occidente”, ilustra al comparar al Macondo de García Márquez con la ruralía de Misisipi, en los Estados Unidos que interpreta el escritor William Faulkner en el condado ficticio de Yoknapatawpha.

Puede que la imaginación popular se nutra por aquellas supuestas expresiones sobre los puertorriqueños que le atribuyeron a la ligera y sin verificación hace unos años a García Márquez. “Ah, los puertorriqueños… ¡qué difícil pregunta!”, empezaba aquel discurso que en 2008 muchos tomaron por cierto, como otros textos y expresiones que el escritor nunca pronunció. Hoy, en 2014, ese mensaje continúa en la web en páginas como en YouTube.

Magia, insularismo y ausencias

El escritor Juan López Bauzá, autor de la novela “Barataria” con la que se convirtió en el primer ganador puertorriqueño del Premio Las Américas que se entrega en el Festival de la Palabra, aborda el alcance de ese lugar literario. “Macondo se ha convertido en un lugar referencial de cultura, inclusive para gente que no ha leído el libro. Dentro de esa ignorancia de lo que es el Macondo de la lectura creo que hay una pequeña prepotencia de la gente que piense que Puerto Rico es mucho más distinto que el resto”, señala sobre esa relación que unos hacen al creer, como expone el autor, de que en ninguna parte del mundo ocurren cosas así. 

“El insularismo hace que pensemos que somos únicos, distintos, pero somos la misma mezcla latinoamericana que se vive en todo el Caribe”, dice López Bauzá.

La socióloga Marcia Rivera recuerda con cariño distintas ocasiones en que compartió con García Márquez, particularmente la primera, el 24 de diciembre de 1969 en la buhardilla donde vivían ella y el sociólogo Chuco Quintero cuando estudiaban en Londres. Lo conocerían en una cena que compartían con sus amigos, el escritor Mario Vargas Llosa y su esposa, Patricia Llosa. “Le contamos a Gabo de la ballena que a principios del siglo XX fue a morir en la playa del Condado y de las tumbas que el huracán San Ciriaco destapó en 1899 levantando cadáveres que quedaron colgados en ramas de árboles. Al final de la noche Gabo sentenció: ‘no puedo ir, ni escribir sobre Puerto Rico, porque la realidad allí supera la ficción; entonces, me quedaría sin oficio…’ ”, relata.

Su muerte, aunque intuida por la edad y sus dolencias, no deja de entristecer, según Rivera, por el vacío que deja la ausencia del escritor y su compromiso social. “No ha habido en nuestra generación quien nos haya marcado tanto. Sus imprescindibles textos continuarán a nuestro lado, pero constatar que no seguirá siendo el lector lúcido de la compleja realidad caribeña nos deja con sentido de orfandad. Ese Macondo, del cual nos apropiamos en Puerto Rico, captado magistralmente por él en todas sus dimensiones, sensoriales, políticas, económicas y culturales, pierde a su más entusiasta observador y promotor”, afirma Rivera.

Pero lo que sí queda documentado es que el Macondo de García Márquez toma mucho de Aracataca, esa tierra donde el escritor pasó los primeros años de su vida en la casa de sus abuelos. Ese municipio del Caribe colombiano vio regresar a su narrador, a bordo de un tren pintado con mariposas amarillas (en un guiño al lugar donde la vista se llenaba de las mariposas amarillas que precedían las apariciones de uno de los personajes, Mauricio Babilonia), el 30 de mayo de 2007 luego de 24 años sin visitar ese pueblo. Los recortes de prensa atestiguan que miles lo esperaron con un ánimo de fiesta de pueblo y hasta una pancarta que decía: “Bienvenido al mundo mágico de Macondo”.

“(‘Cien años de soledad’) toca vetas muy profundas de nuestro inconsciente colectivo americano”, explicó sobre ese tema, que afirma el sentido más abarcador del lugar, el escritor Álvaro Mutis con quien García Márquez sostuvo una longeva amistad.

Las comparaciones con la isla y ese espacio ficticio siempre serán inevitables porque, según Hernández, Puerto Rico como Macondo es un lugar complejo de entender. “Uno le trata de explicar a la gente lo que es políticamente Puerto Rico, pero es difícil de entender. Es una contradicción en términos, y tiene esta mezcolanza de cosas muy avanzadas tecnológicamente y un sustrato de situaciones premodernas”, subraya la crítica literaria.

Hernández reitera que “García Márquez no estaba pensando en Puerto Rico cuando escribió ‘Cien años de soledad’ ” y que escritores como él exageraron en sus trabajos literarios ciertas características de sociedades premodernas y preindustriales. El resultado, como expone, es que cuando el lector contrasta ese relato con el mundo que conoce, puede considerar que esas características son anomalías, curiosidades y extrañezas.

Álvarez Curbelo celebra que “Cien años de soledad” -y su Macondo- “es una elegía a la historia vivida, memoriada, con todas sus luces y sombres, los gallinazos y las flores amarillas”. Para la generación suya, que llegó a la universidad durante los 60 y el comienzo de los 70, la aparición del libro lanzado en 1967 por la Editorial Sudamericana de Buenos Aires supuso un descubrimiento de una escritura más cercana, “de un decir que no era tan duro” como en otras obras de la época, de unos puntos con los cuales conectar con Latinoamérica. “Esto era una escritura de otra América Latina muy sensorial, muy musical”, menciona la historiadora.

La magia de García Márquez -porque para muchos el escritor fue un genuino mago de la palabra, del periodismo y la literatura- es que hizo de Macondo un sitio de espejos donde muchos nos podemos encontrar y analizar. Como manifiesta Álvarez Curbelo, “Macondo puede ser quizás todas las sociedades”.

Hay un “hashtag” que ronda las redes que resume el sentir de Hispanoamérica en unos pocos caracteres, #GraciasGabo. Muchos le agradecen y lo invocan diciendo “Gabito”, como se refería a él su hermano Jaime García Márquez cuando hablaba con unos periodistas latinoamericanos en un reciente taller de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), organización que el Nobel de Literatura estableció en 1994.

El coronel Aureliano Buendía plantea en “Cien años de soledad” que “uno no se muere cuando debe, sino cuando puede” y que el secreto de la vejez “no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Hoy nos queda la soledad de Macondo que se siente en muchos lugares del mundo, invitándonos quizás a conseguir un pacto con ella ante la partida del que seguirá siendo el que llevó a tantos a entender que la lectura como el hielo quema para bien.