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Es el nuevo grito de guerra en la política de los Estados Unidos. Trump! Trump! Trump!

Lo que hace un año parecía inconcebible ahora parece inevitable. Donald Trump, cuya personalidad extravagante lo expuso por décadas a todo tipo de chistes y burlas, está muy cerca de ser el candidato republicano a la presidencia de la nación más poderosa del mundo. Nunca falla: el que ríe último, ríe mejor.

La clase dirigente del Partido Republicano sortea todo tipo de triquiñuela para evitar que Trump llegue a la papeleta de noviembre, pero sus esfuerzos hasta el momento han sido menos que eficientes ante el apoyo electoral abrumador que el candidato ha recibido en las primarias y asambleas celebradas este año. Su imagen de fantoche, contrario a lo pronosticado, no ha hecho mella en su popularidad entre el electorado republicano.

La profunda polarización política que viven los estadounidenses es uno de los síntomas de la enfermedad del abandono, una malignidad sufrida por un electorado que siente que sus aspiraciones y anhelos no son atendidos por los políticos de turno. Lo vemos en España donde la intransigencia ha evitado que se pueda elegir al nuevo presidente del país, y también lo viven los brasileños, quienes son rehenes de una crisis política que podría llevar a la cárcel a su presidenta, Dilma Rousseff.

Sin embargo, en Estados Unidos, Trump ha radicalizado esta polarización con insultos a tutiplén y burlas destempladas a sus oponentes. Echándole leña al fuego, su discurso es anti inmigrante y su bandera es el nacionalismo y el proteccionismo. Trump ha logrado transformar en votos el miedo y las frustraciones de millones de estadounidenses. Eventos como el ataque terrorista ayer en Bélgica avivan esos fuegos.

Al ritmo de Trump! Trump! Trump!, sus mítines se han convertido en un espectáculo mediático donde ya es común esperar actos de violencia contra manifestantes opuestos a su discurso; incidentes que el mismo Trump ha incitado, o al menos no ha condenado con la firmeza que muchos hubieran esperado, hasta el punto de ofrecerse para pagar la fianza de los agresores.

Mientras tanto, continúa consolidando su imagen como el candidato teflón; todo le resbala. Millones de personas se sienten atraídas por sus expresiones políticamente incorrectas; dice lo que le viene a la mente sin medir, aparentemente, las consecuencias.

Acá en Puerto Rico también tiene adeptos. El pasado 6 de marzo unas 5 mil personas votaron por él en la primarias locales del Partido Republicano, terminando en un distante segundo lugar detrás de Marco Rubio, senador que ya no compite en la carrera primarista.

Mientras, tras la salida de Rubio, los republicanos boricuas adelantaron que no saben si los 23 delegados puertorriqueños votarán por el supermillonario en la Convención Republicana a celebrarse en Cleveland, Ohio.

Es muy poco lo que Trump ha dicho sobre Puerto Rico. Pero es que con contadas excepciones el tema de Puerto Rico, y en especial el asunto de la crisis fiscal, ha estado presente en la campaña primarista presidencial de demócratas y republicanos. En general, nuestros políticos, representantes en la Isla de esos partidos, han sido ineficientes en lograr insertar el tema de Puerto Rico en los debates de los candidatos primaristas estadounidenses. No estamos en el radar.

Tampoco somos prioridad para el Congreso federal, que todavía no se pone de acuerdo en torno a un proyecto de ley que ayude a Puerto Rico a lidiar con la deuda gubernamental y que fomente el desarrollo económico de nuestro bendito terruño.

Y parece que desaparecimos del radar del presidente Obama, si es que algún día estuvimos. Es Cuba la que hoy recibe la atención del primer mandatario quien pasó a la historia como el primer presidente de Estados Unidos en visitar a nuestros hermanos caribeños en 90 años.

Allí, Obama dijo ayer en un claro español: “Creo en el pueblo cubano”.

¿Y en Puerto Rico, alguien cree?

Tal vez tengamos que esperar a que nos conteste quienquiera que salga electo en noviembre.

Esta nota aparece en la edición impresa de El Vocero.