El empleado como esclavo – Por Mario Ramos – Historiador

El empleado como esclavo

  • Mario Ramos Historiador 19/11/2019
computadora
>Archivo/ELVOCERO

Un sábado en la tarde me fui de librerías y buscando un libro que no encontré, encontré un libro que no buscaba. El título y subtítulo atraparon mi atención de inmediato y la reseña de la contraportada me obligó a comprarlo. Se trata de El Jefe: una memoria sobre la esclavitud laboral, de Silvia María García Fernández. Escrito como un testimonio novelado con una carga emocional que penetra la fibra espiritual del lector y que en cada página podemos sentir el inmenso dolor por el que pasó la autora.

Recorre sus trece años de trabajo como contable en una compañía cuyo dueño era su jefe. Un individuo abusador en demasía, mentiroso, violador de la ley y de los derechos de los empleados. Explotador como ninguno y maltratante consuetudinario hasta el punto de estar próximo al sadismo. Todo ello creando demonios dentro de su espíritu que solo ha podido exorcizar a través de la escritura, como lo es este magnífico testimonio que es lectura obligada. Es una memoria de su dolor, como muy bien ella lo afirma.

En las primeras páginas podemos ver cómo el núcleo familiar y la tradición que viene desde sus abuelos en Cuba se convierte en una especie de patria chica que, a su vez, le sirve de refugio a la autora por los abusos que recibe de su explotador jefe; un hombre sin escrúpulos cuyo único norte es la satisfacción inmediata –sexual, de poder o económica- en violación de las más elementales normas de moral y convivencia.

Entre los abusos perpetrados por el dueño de la empresa estaba el obligar a los empleados a laborar extensos turnos de trabajo. Al hacerlo por la misma paga mensual recibida el saldo neto era que a mayor cantidad de tiempo trabajado menor la tarifa a pagarse por hora. No solo esto es una manera de burlar la ley, sino que se trata de un atropello brutal que cometen algunos patronos en Puerto Rico. Lo que redunda en una esclavitud legal, porque el pago y el nombre del puesto le dan la vuelta a la ley y convierten al empleado en lo más cerca que se puede estar de un estado de servidumbre o esclavitud.

Los continuos abusos, que parecían sentencias dictadas sin remordimiento alguno por el dueño de la empresa, crearon un ambiente de inseguridad y miedo, al punto que los accidentes laborales aumentaron dramáticamente. No había seguridad para los empleados. Nada de esto le importó a este jefe maldito que veía a sus empleados como bestias humanas que eran llevadas al calvario de su taller de trabajo sin importar las consecuencias para la salud; que en muchos casos, además de física, lo fue también emocional.

El jefe les tenía un miedo atroz a las uniones obreras, no así los gerenciales que la deseaban para los empleados, y aunque hubo intentos de hacer petición de elecciones sindicales este señor se las ingeniaba para evitar que ello ocurriera. La misma autora deseaba que los empleados se organizaran sindicalmente. Sabía que ello tendría efectos secundarios favorables con los demás empleados y que una unión es el mejor puente que puede haber entre un empleado y el patrono, porque el convenio colectivo, por ser un contrato, se convierte en ley entre las partes.

Por lo narrado por la autora me imagino la cotidianidad de los empleados al levantarse por las mañanas para ir a su calvario de ocho horas: “Lo empleados de almacén eran como esclavos de los estados del sur esperando a un Lincoln que jamás llegó. Sus condiciones de trabajo eran terribles. Tenían que descargar de cinco a seis vagones al día al son del látigo del capataz”. Esto sin contar que una tardanza o una ausencia por enfermedad —aunque justificadas— podían ser causa para despido, haciéndolo de tal manera que no tuviera que pagar la mesada.

Estas cosas suceden en el Puerto Rico del siglo XXI. Empleados que solo ganan el mínimo federal tienen que sufrir este trato indigno de patronos abusadores que tienen a sus empleados en el peor de los ambientes laborales, con el peor trato y con la misma paga por años. Son empleados que solo viven con mil dólares mensuales.

Empleados responsables, con deseos de trabajar y de cumplir con sus horas, donde muchas veces se tragan el orgullo y aguantan las violaciones contra su dignidad humana por la tremenda escasez de oportunidades que hay en Puerto Rico.

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