(horizontal-x3)
Vuelve a sonar el celular. Ahora, un empleado le dice que el vecino del camino le tiró un puño a otro residente. (ERIKA P RODRIGUEZ)

A las 8:00 a.m., justo después de dejar a su hija Amanda en la escuela, William “Willie” Alicea Pérez nos espera en la comandancia de la Policía y comenzamos el que sería un largo día de trabajo yendo de un lado para el otro en su guagua negra pues hoy es el día de visitar comunidades en las que se atienden diversos problemas.

“Yo no tengo chofer porque eso es como tener un empleado al la’o sin hacer na’”, se apresura a decir el alcalde de Aibonito para explicar que esté al volante de la guagua oficial del municipio, comarca que tiene cerca de 26,000 residentes. Más tarde nos explicaría, frente a una foto en su oficina, que en lo personal es “toyotero de la mata” y que tiene un Toyota .8 azul – que está con él desde cuarto año, en 1990 –  y un “ombliguito” (que todos tenían), refiriéndose a un Toyota Corolla de aquellos cuyos focos delanteros subían y bajaban como párpados.

No bien termina esa explicación, en una de las calles del centro del pueblo, un hombre le hace señas para que se detenga y baje el cristal. “Llevé los papeles de (omite su voz y solo mueve los labios para terminar la frase) la luz”, le dice el residente a Alicea Pérez, quien le pregunta si los dejó con su secretaria. La petición del hombre, dice el alcalde, es solo una de las muchas que recibe en su oficina para que ayude con el pago de las utilidades. Aunque el municipio tiene tres grandes fuentes de trabajo  -To-Ricos, Baxter y el Hospital Menonita- el desempleo ronda el 15%.

Nos dirigimos a la urbanización La Providencia, en el sector La Pangola, para saludar a empleados que recogen la basura. “Acostumbro, una vez por semana, ir a donde están los muchachos…. para darles un toquecito”, afirma el mandatario municipal, mientras toca bocina para saludar a cuanto carro se cruza en la calle, aunque son muchos los conductores que lo saludan espontáneamente. Se baja de la guagua y saluda a los empleados que quedan porque ya casi han terminado las tareas.

Su reconocimiento en el pueblo comenzó mucho antes de ser candidato por el Partido Nuevo Progresista, indica, porque por muchos años fue oficial de crédito en la Cooperativa San José. “Cuando me tiré la gente decía: ‘¿Willie el de la Cooperativa?’”, recuerda el hombre de 43 años.

La próxima parada es una gasolinera en la que el municipio compra el combustible para sus vehículos. De una gaveta saca un recibo en el que escribe hora y fecha, entre otra información, como prueba de la compra. Se baja a entregarlo mientras un empleado llena el tanque de la guagua. La bomba marca $65.

Como un anticipo de que no dejaría de sonar en todo el día, entra una llamada a su celular. “¡Nolo!”, contesta con familiaridad. Escucha la petición y le explica que está a dos minutos del lugar que el otro le indica, vira y nos dirigimos al restaurante El Rincón Familiar. La queja era que empleados de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados dejaron la entrada llena de tierra y el propietario quería que el municipio limpiara el área. “Me dejaron eso ahí tó’ caga’o”, le dice Manolo, “a ver qué se puede hacer. Yo sé que no se puede echar agua”. La respuesta de Alicea Pérez es ambigua, le indica que verá lo que pueda hacer…

Es en camino a la Escuela Elemental Rabanal cuando entra la llamada que da el primer aviso de lo que será el drama del día. Un empleado le pregunta por una copia de la decisión del Tribunal Supremo, que falló a favor del municipio en un conflicto con un residente que se opone a que sus vecinos transiten por un camino que sirve de atajo cerca de su casa.  Una brigada trata de limpiar el camino y el hombre atravesó su carro en medio para bloquearles el paso.

En la escuela, la maestra Lissette Muñoz le abre el portón y le dice que ese día están sin director pero que él siempre puede entrar y luego aprovecha para informarle que hay una filtración en una de las aulas. En el techo, dos empleados municipales limpian  un área de salones del plantel que atiende unos 300 estudiantes. Saluda y besa a varias maestras y sube al segundo piso a saludar a los estudiantes de quinto grado de míster Rafa, quienes a petición de este, le recitan la definición de “ciencia”.

Son las 9:44 a.m. y, por una ruta de curvas, vamos camino al barrio La Plata para acompañar a los empleados que tratan de lidiar con el vecino que bloqueó el camino.

“Por fin llegaron los de la autoridad a arreglar el tubo, me ca.. en la madre”, dice con su coloquial espontaneidad y en espíritu de celebración Alicea Pérez, al ver a una brigada de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados trabajando en la calle.

Se detiene en el camino y llama por celular a un empleado que está en el lugar del conflicto. “¿Y él está bravo? ¡Qué jodien…, mano!”. Cuando termina la conversación explica que la situación está muy tensa. “No voy a llegar porque es capaz de sacar un machete y trillar a uno”, lamenta, luego de virar para regresar por donde llegamos.

Lo llama un hombre a quien saluda como “padrino” y a quien le pide la bendición. El hombre le habla del problema con el vecino en el camino. “Se jod… esto”, dice sobre la situación, que sigue candente y para la cual ya sus empleados han llamado a la Policía.

Sigue tocando bocina y saludando a los conductores y se detiene frente a un salidero de agua que está justo a la entrada de un sector y comienza a llamar a un empleado para que le avise a los trabajadores de la AAA que dejó atrás para que lo reparen. “Hemos ido tres o cuatro veces a Cayey”, le dice Rigoberto Rivera, un vecino del sector que se acerca.

Volvemos a la guagua. Entra otra llamada. Pareciera que todo el pueblo tiene su número de celular. Esta vez es una residente que acaba de mudarse a una casa que construyó y a quien la AAA no le quiere conectar el servicio porque la tubería que instaló es muy finita. Le pregunta si se puede conectar a una tubería que instala cerca la alcaldía. Alicea Pérez le dice que no tendría problemas pero que no funcionaría porque su casa está en lo alto y ese sistema no tiene bomba para que el agua suba. De todas formas, busca un papelito, lo pone sobre el guía y anota nombre y número telefónico de la mujer.

Vuelve a sonar el celular. Ahora, un empleado le dice que el vecino del camino le tiró un puño a otro residente y, en respuesta, este le dio y lo dejó tirado en el piso. “¿Qué caraj… le pasa? Esto ya pasó de castaño a oscuro”, dice y explica que conoce al vecino y que no entiende por qué se opone de esa manera.

Lo llama el hermano del hombre para informarle del altercado, luego del cual se llevaron al hombre en ambulancia, y para explicar el trasfondo del problema.

En medio del drama telefónico, llegamos a la Panadería y Repostería La Aiboniteña, donde pide café y avena. Es su desayuno.

11:00 a.m. Al salir, el conductor de un camión de To-Ricos le toca bocina a lo cual responde con un saludo. Volvemos a subir a la guagua y nos dirigimos al barrio Algarrobo, que está cerca a la guardarraya con Salinas por lo que, indica, el clima se torna más caliente. Explica que las 57 familias que viven allí tienen un acueducto comunitario, pero que llevan casi siete meses sin agua potable por falta de una bomba. Para ayudar a solucionar el problema, empleados municipales colocan más de 600 metros de tubería a lo largo de una empinada carretera que conduce al barrio. Detiene la marcha y se baja a saludar y preguntarles a los empleados en qué etapa está la labor.

“¿Tú crees que eso va a estar hoy?”, le pregunta el alcalde a uno de los tres empleados de la AAA que trabajan en el área de la bomba del acueducto.

De ahí partimos y encontramos a los empleados del camión cisterna del municipio repartiendo agua. “Entre, entre pa’ acá”, le grita Ruth Figueroa desde una de las casas, a lo cual el alcalde responde dando reversa y entrando. Allí está la familia completa. El esposo, Juan Dávila, los hijos Yanice y Juan y otro familiar, Bienvenido González. Inmediatamente, Ruth ofrece un juguito de guanábana que hizo, entra a la casa y sale con varios vasos llenos del jugo natural. Llegan dos empleados del Departamento de Estado, del área de acueductos comunitarios, Roberto Ramos y Elsie Navarro, que están por el área y se forma una reunión informal.

Son las 12:00 m. y ya es tarde para acudir a una reunión en la alcaldía. Nos vamos. En el camino hay otra llamada para hablar de la bomba que colocaría la AAA y cuyo caballaje podría quedarse corto.

12:36 p.m. Llegamos a la alcaldía, pero su estacionamiento está ocupado, lo cual le volverá a ocurrir más tarde. Le espera una reunión con la planificadora del municipio, Angélica Camacho, Juan Medina, planificador del municipio de Barranquitas y Víctor Medina, de la Junta de Planificación. Hablan de la oficina de permisos que abrirán sus municipios, en conjunto con Comerío, y de otros acuerdos intermunicipales que planifican.

Termina la reunión nos vamos a almorzar y, al regreso, a la 1:30 p.m., Alicea Pérez se reúne con varios directores de departamentos para discutir asuntos y firmar documentos. Al igual que la anterior, esta reunión se celebra alrededor de una mesa larga, tipo “conference”. Al finalizar, el alcalde explica que la mesa hace las veces de escritorio porque cuando llegó, hace cuatrienio y medio atrás, encontró un escritorio grande y una silla imponente y cuando se reunía con la gente “me mecía en la silla y dije: “coñ… eso no es”. Cambió todo por una mesa de trabajo para estar más cerca de la gente, asegura.

5:00 p.m. Salimos hacia la Funeraria Aibonito Memorial para darle el pésame a la familia de una mujer que murió en un accidente en Salinas.

De ahí, vamos a buscar a su hija Amanda a una casa donde la cuidan para llevarla hasta el Hospital Menonita donde se quedará con su mamá.

Cerca de cuarenta minutos después, llegamos a la casa del pelotero retirado Juan “Papo” Alicea, quien está en cama y necesita una asistencia del municipio para extender las horas de cuido de una ama de llaves, según explica Carmen Rivera, quien, a esa hora, mira cómo la cuidadora, Joan Cabrera, le da la comida. La visita dura cerca de media hora y, aunque nos vamos, cerca de las 7:00 p.m., ese no es el último compromiso del día para Alicea Pérez, quien, al dejarnos en la Comandancia de la Policía regresará al sector El Algarrobo para verificar si los obreros de la AAA terminaron de instalar la bomba de agua.