LA SOBERANÍA

NR – El PNP tiene que redoblar esfuerzos para educar al electorado. Recordar que el PPD es una religión de odios y envidias y resentimientos y miedos a la justicia federal, que lleva a creer en las cosas no imaginables. Tan mentira es el PPD que ha logrado que los incautos ignorantes crean en el Triangulo Circular Cuadrado que es el ELA y hasta piensan que Puerto Rico con el 68% de pobreza es lo mejor del Mundo.

LA SOBERANÍA

Por Carlos A. Colón De Armas – Profesor de Finanzas UPR

Para resolver el problema del estatus político de Puerto Rico están disponibles las opciones de independencia o estadidad. Para muchos, sin embargo, esas alternativas no son suficientes. Por lo tanto, se ha desarrollado una tercera opción. Esa opción ha tomado diferentes nombres pero el consenso general parece ser referirse a esa tercera opción como la “soberanía”. Ese uso del nombre de “soberanía”, sin embargo, no es correcto.

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En primer lugar, usar el término “soberanía” para describir a esa tercera opción sugiere que la independencia y la estadidad no le ofrecerían la soberanía al Pueblo de Puerto Rico, lo cual es falso. En segundo lugar, algunas modalidades de esa tercera opción no le otorgan realmente la soberanía a los puertorriqueños y aún la vertiente que podría argumentarse que sí la ofrece no supera a la independencia o a la estadidad en ese aspecto.

La independencia le otorga la soberanía al Pueblo de Puerto Rico separando al Gobierno de Puerto Rico de todos sus vínculos con el Gobierno de los Estados Unidos. De esa forma, el Gobierno de Puerto Rico tomaría las determinaciones de política pública que considere pertinentes sin necesidad de tomar en cuenta al gobierno americano.

La estadidad le brinda al Pueblo de Puerto Rico la misma soberanía que ofrece la independencia, pero se ejercería de forma distinta. Bajo la estadidad, el Pueblo de Puerto Rico ejercería por sí solo la soberanía sobre los asuntos que solamente le competen a los puertorriqueños. Para los demás asuntos que afectan tanto a los puertorriqueños como a los ciudadanos de los demás estados, todos los estados delegan esa parte de su soberanía en un Gobierno Federal en el cual los puertorriqueños tendrían los mismos poderes, y participarían en igualdad de condiciones, que los ciudadanos de los otros estados.

Por su parte, las propuestas de una tercera opción se pueden enmarcar en dos vertientes principales.

Para algunos, una forma de “soberanía” podría lograrse si se le otorgara al Pueblo de Puerto Rico, probablemente a través de sus representantes en la Asamblea Legislativa, el poder de decidir qué leyes federales aplicarían en la Isla y cuáles no. Aparte de la jaibería que representa esa actitud de tomar fondos federales y cualquier otra cosa del Gobierno Federal que nos dé la gana, rechazar la que nos parezca, y pretender no tener ningún otro vínculo, ni responsabilidad alguna, con ese mismo gobierno, esa propuesta sólo operaría luego de aprobadas las leyes. Por lo tanto, esa opción dejaría desprovisto al Pueblo de Puerto Rico de una participación efectiva en la redacción y aprobación de las leyes federales, incluso en las que sí aplicarían en la Isla. Por consiguiente, esa alternativa no le ofrece realmente la “soberanía” al Pueblo de Puerto Rico. En ese sentido, si se desea tener injerencia en la redacción y aprobación de las leyes federales, la estadidad es una fórmula muy superior y sí ofrece total soberanía.

Otros proponen como esa tercera opción la figura de la “libre asociación” que ha reconocido la Organización de Naciones Unidas. De acuerdo a esa fórmula, Puerto Rico podría establecer una relación política con los Estados Unidos mediante un acuerdo a través del cual se delinearía el campo de acción permitido a los Estados Unidos y el reservado por Puerto Rico. Esa opción, sin embargo, no sería distinta a lo que podría hacer Puerto Rico si se convirtiera en un país independiente. Después de todo, nada le impediría a un Puerto Rico independiente llegar a acuerdos con los Estados Unidos sobre los asuntos que así lo desee.

En resumen, teniendo disponibles las opciones de independencia o estadidad, bajo las cuales el Pueblo de Puerto Rico tendría su soberanía plena, no hace sentido ofrecer otras opciones usando esa misma “soberanía” como argumento. Esto es particularmente cierto cuando observamos que ninguna de las terceras opciones que se han ofrecido le brinda al Pueblo de Puerto Rico un mayor grado de soberanía que la que otorgarían la independencia o la estadidad.

Dado el hecho de que, en su gran mayoría, las personas que promulgan una tercera opción como solución al problema del estatus político de Puerto Rico se inclinan más hacia la independencia que a la estadidad, la pregunta obligada es ¿por qué una persona que realmente desea la independencia para Puerto Rico promulga una tercera opción que no ofrece realmente la soberanía?

Una posible respuesta a esa pregunta gira en torno a un análisis económico defectuoso. En específico, nos referimos a personas que, aunque desearían la independencia para Puerto Rico, se han creído la falacia de que el estatus actual fue el responsable del desarrollo económico que experimentó Puerto Rico a mediados del siglo veinte y consideran que Puerto Rico no puede subsistir económicamente sin estar atado, de alguna forma, a los Estados Unidos. Quienes así piensan denigran la capacidad de los puertorriqueños y nos consideran inferiores a otros pueblos que sí han podido ser exitosos económicamente por sí solos.

Otra posible respuesta la podemos hallar en las personas que piensan que la independencia perdería un plebiscito ante la estadidad. Esas personas proponen una tercera opción, no porque la consideren superior a la independencia ni porque la misma realmente le ofrezca “soberanía” al Pueblo de Puerto Rico, sino porque serviría para posponer la decisión final sobre el estatus hasta que la independencia gane más adeptos. Al así hacerlo, se convierten en cómplices del mismo inmovilismo que dicen criticar.

El actual estatus político de Puerto Rico representa un problema, tanto político como económico. Por lo tanto, es imperativo que resolvamos este problema lo antes posible. Continuar elucubrando terceras opciones que no resuelven el problema o posponen lo inevitable, no es la forma de hacerlo. Por el contrario, debemos escoger entre la estadidad y la independencia y resolver este problema de una vez por todas.

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Nota: Este escrito fue publicado en el periódico El Vocero, 2 de marzo de 2012, página 22.

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