No analizaré los pobres recursos de oratoria de García Padilla. Ese arte ya no es requerido para ser gobernador. No recuerdo a los anteriores, pero desde que Romero se ahogaba en su propia respiración y tartamudeaba en la tribuna, o desde que Rosselló repetía sonsos pies forzados y escondía su falta de profundidad en bailoteos de Macarena, o desde que Hernández Colón o Fortuño eran capaces de dormir hasta el más hiperactivo, la elocuencia es un elemento tan exótico en nuestra política como un rinoceronte en la playa de Luquillo.
Fue genial el golpe de motivación que permeó todo el discurso, aderezado por la historia de una niña presente en el mensaje, que vendió unas pulseras y le envió las ganancias al gobernador en un acto que debía servir de ejemplo. No quiero menospreciar el gesto de la desprendida muchacha, pero las gradas del capitolio no serían suficientes para acomodar a todos los puertorriqueños que vendimos nuestras pulseras y le mandamos el dinero a la secretaria de Hacienda. ¿Acaso no fue eso lo que hicimos el pasado 15 de abril al rendir la planilla de contribución sobre ingresos?
Me alegré al escuchar que el país descrito por el primer ejecutivo contrasta con el que me parece ver a diario. Las estadísticas, en las cuales nadie confía, así lo confirman. Mi entusiasmo creció cuando lo oí proponer algo, que de lograrse, convertiría a García Padilla en una leyenda viviente: la eliminación de los grupos políticos en las agencias.
La emoción llegó al punto más alto cuando me enteré de que la triste colonia puede zafarse de las onerosas disposiciones de cabotaje que obligan a nuestro país a usar la marina mercante estadounidense aunque haya otras con precios y términos más beneficiosos. La invitación que hizo al comisionado residente para unirse a este esfuerzo y la cara de pasmo de Pedro Pierluisi valió el suplicio de la monserga.
El tiro de cámara a un desencajado Pierluisi no fue la única travesura de los camarógrafos. Me contaron que también enfocaron a unos cuantos legisladores que se quedaron dormidos en plena sesión. Esto no lo vi, ya que en ese punto yo mismo me había quedado dormido, aunque tuve más suerte que los señores parlamentarios, pues nadie me tomó vídeo en ese estado de indefensión que es el sueño.
Cuando desperté, el circo había cambiado de pista. Distintos políticos hacían sus comentarios. No supe si eran en vivo o eran retransmisiones de reacciones de años pasados. Prometo que el año que viene no me lo pierdo.
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