El libro comienza afirmando que la cultura puertorriqueña no está toda detrás de la independencia de Puerto Rico, como erróneamente muchos han creído; o sea, como si ésta fuera algo monolítico detrás de esa ideología. La cultura puertorriqueña se manifiesta en todas las tendencias políticas y en todas las estratas sociales, y la mayoría de las veces desvinculada del fragor político partidista. La autora plantea como la nación construida por el canon literario es disímil con el imaginario del Pueblo, donde elementos de orden jurídico, como la ciudadanía Americana, y políticos, como las instituciones de gobierno de los Estados Unidos, forman parte de la realidad circunstancial del puertorriqueño, y son vistos y tenidos como parte del acervo cultural nuestro.

Citando a Edouard Glissant, la autora nos demuestra como en la literatura puertorriqueña se da el fenómeno de recrear el pasado como parte del proceso de construcción de ese imaginario de identidad nacional y política: “The past, to which we were subjected, which has not emerged yet as history for us, is, however, obsessively present. The only duty of the writer is to explore this obsession.” Este fenómeno se ha dado a través de la historia en las culturas del Caribe.

Un dato interesante del libro es el análisis que hace de las manifestaciones hechas por Rosario Ferré; la hibridez cultural del puertorriqueño. O sea, dos partes inseparables, la puertorriqueña y la americana. Si falta una el puertorriqueño se siente mutilado. Es un elemento que también vemos en la literatura de la diáspora puertorriqueña. De hecho, la hibridez cultural es un fenómeno global estudiado ampliamente. (Véase Peter Burke, Culturas Híbridas).

La autora finaliza su tesis con una radiografía precisa de esa realidad circunstancial de nuestra elite literaria: “La nación soñada -la ficción de Puerto Rico como una tierra exuberante donde gente valiente continúa luchando por la independencia- es a veces una decoración nostálgica, a veces una ilusión o exceso de optimismo. Podría ser, tal vez, una ilusión para olvidar esa realidad dolorosa y apabullante, mayormente la preferencia del puertorriqueño por la dependencia. También podría ser una señal de vitalidad del vaivén de impulsos contradictorios en los corazones y mentes del puertorriqueño. Una realidad dependiente versus los sueños de independencia. Esta constante paradoja revuelve las entrañas de los escritores, artistas, compositores, cineastas, y otros productores de la cultura porque la tradición nos conecta con imagenes del pasado de una tierra verde, cuando la realidad es una congestión vehicular que nos espera tan pronto salimos por la puerta.”

El Puerto Rico del chinchorreo, playero, callejero, de eventos deportivos y musicales, de centros comerciales y lugares de trabajo, el del diario vivir, es el Puerto Rico real y puro, desvinculado completamente del elemento político partidista que nos divide.

Esta nota aparece en la edición impresa de El Vocero.