El sueño de una pesca comercial

{Hay que aclarar que esta «inversión» en barcos de pesca fue en el 1965-68 y se habían organizado y financiado Cooperativas de Pescadores, con la Guerra en contra de la Pobreza de Kennedy/Jhonson aprobada en el 1964. Los tres barcos pesqueros modernos al obligar a usarlos mar afuera, los pescadores de yolas se mareaban, uno se hundió y dos encallaron en las Islas del Caribe. En el 1969-70 hubo que liquidar las Cooperativas tras el fracaso. TODAS las Inversiones del PPD han Resultado en Rotundos Fracasos. Yo fui el Inspector de Cooperativas cuando se  cerraron las operaciones de esas Cooperativas de Pescadores. – Francisco R. Gonzalez (Pompy).}

10 de junio de 2014

El sueño de una pesca comercial

Tim Sherwood

Hace poco apareció publicada una carta que alegaba que no tenemos una pesca comercial porque nuestros pescadores artesanales prefieren no hacer el trabajo extra que requiere salir a pescar comercialmente. Sin embargo, el asunto es más complicado. Vale la pena recordar un episodio poco conocido cuando para mediados de los 70 se trató de crear una pesca comercial en la Isla.
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Yo trabajaba para esa época en una agencia estatal nutrida por fondos federales de la Oficina de Oportunidad Económica (OEO, por sus siglas en inglés), creada por el presidente Lyndon Johnson como arma en la llamada “Guerra contra la pobreza”. Fui asignado a la pequeña unidad de Desarrollo Económico Comunitario. Su jefe, Efrén Pérez Suárez, soñó con aprovechar esta cornucopia de fondos federales para convertir nuestra pesca artesanal en más comercial. Por mi parte, me encantaba la posibilidad de fomentar empresas productivas cuyo control y ganancias se quedasen en manos de las mismas comunidades pobres.

Nos acercamos a las asociaciones de pescadores para ver lo que necesitarían para llevar sus operaciones a una escala comercial. Entre otras cosas, pidieron barcos de pesca grandes y modernos. Asesorados por ellos, compramos barcos de 28, 42 y hasta 51 pies de eslora equipados con modernos sistemas de navegación, ecosondas y grandes bodegas refrigeradas.

Nuestra unidad emprendió el diseño del programa. Movilizamos a los expertos que podíamos encontrar para proveer entrenamiento a los nuevos capitanes pesqueros y tripulantes, en destrezas de navegación y el manejo de los modernos equipos. Para evitar la dependencia de los fondos externos, planificamos reducirlos anualmente para dirigir los proyectos a la autosuficiencia.

¿Qué pasó? Los barcos no se usaron mucho ni de la forma apropiada; salían por la mañana y regresaban por la tarde. Al no quedarse mar afuera por los días o semanas necesarios para llenar la bodega, no podían cubrir los altos costos de combustible, seguro y mantenimiento. Las asociaciones empezaron a ver los barcos como una carga económica, y perdieron la motivación para darles mantenimiento. Se deterioraron, y finalmente resultaron inservibles.

A mi juicio, las fallas del programa fueron varias. Primero, no pudimos superar la mentalidad de dependencia que el mismo programa creó. Las asociaciones recibieron los barcos gratis y los pescadores no llegaron a tener el afecto por ellos que tenían para sus propias yolas. Como los barcos grandes casi no se utilizaban para subir la productividad, no pudimos ir reduciendo la dependencia de los fondos federales en los presupuestos anuales.

Segundo, los pescadores no pudieron cambiar de la noche al día su cultura ancestral de pesca de yola. Una vez pregunté al capitán de Ponce por qué salía con el barco grande para luego regresar por la tarde en vez de quedarse mar adentro, y me contestó que no confiaba en su esposa. En otra ocasión me percaté de un tripulante de Cataño que pescaba desde el barco con una línea a mano, justo al lado de un equipo de pesca hidráulico. Me explicó que así se pescaba mejor.

Tercero, fuimos demasiados ambiciosos. A pesar de nuestros esfuerzos y buena voluntad, no contábamos con los conocimientos ni recursos para lograr la enorme transformación que buscábamos. Un triste ejemplo de ello tal vez fue cuando un barco de Guánica que sí había salido para pescar lejos, en aguas de la República Dominicana, se perdió con todos a bordo.

Cuarto, nunca ha habido una visión estatal de una pesca comercial, por lo cual no contábamos con el respaldo de un proyecto gubernamental equivalente al nuestro. Existe un monumento al jíbaro pero no al pescador: a pesar de ser una isla pequeña, miramos más tierra adentro que mar afuera.

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