Lo que nos develó Carla

Lo que nos develó Carla

¿Qué significa esto? A mi juicio, mucho
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Eric Rojas / EL VOCERO
Por Mario Ramos Méndez

Luego de una agria controversia entre la baloncelista Carla Cortijo y la Federación de Baloncesto de Puerto Rico, esta organización le dio el relevo a la estelar jugadora para que pueda firmar con el Atlanta Dream y así participar en la mejor liga de baloncesto femenino del mundo y seguir desarrollándose como atleta.

Sobre esta controversia entre las partes tengo la impresión que el presidente de la Federación de Baloncesto, Carlos Beltrán, tiene razón desde el punto de vista estrictamente contractual y reglamentario. En el contrato que firmó Carla Cortijo para jugar en la liga puertorriqueña debió existir una cláusula donde la jugadora se obligaba a ciertas condiciones, entre las cuales incluía formar parte del equipo de Puerto Rico. Carlos Beltrán quiso hacer valer el contrato, que es ley entre las partes.

Sin embargo, la controversia nos develó otros factores que nunca fueron previsibles. La reacción a favor de la participación de Carla Cortijo en la WNBA fue apabullante, y la reacción hacia la Federación de Baloncesto fue de repulsa general. Solo un puñado de personas de mentalidad anacrónica y ligadas al baloncesto trataron de nadar en contra de la corriente pública, que creció y se dispersó con rapidez asombrosa y que en la opinión favorable incluyó a periodistas, profesores independentistas y hasta el alcalde popular de Carolina.

¿Qué significa esto? A mi juicio, mucho. En Puerto Rico el liderato deportivo, desde el Comité Olímpico hasta las federaciones, mucho más la de baloncesto, han sido consecuentes en usar el deporte como elemento político. Es un comportamiento sin disimulo. Basta repasar su discurso por los últimos treinta años y veremos una retórica independentista y nacionalista al referirse al desempeño y representación de los atletas puertorriqueños en competencias internacionales. Eso sin contar el engole de la voz en el pronunciamiento de algunos términos.

La reacción en cadena y espontánea a la molestia expresada por Carla Cortijo demuestra que ya el Pueblo no ve la participación y éxito en competencias internacionales como el mayor logro de un puertorriqueño en su carrera como atleta. Las secuelas del caso han develado que el triunfo de un puertorriqueño en la mejores ligas del mundo, sea la NBA, WNBA, NFL o la MLB, es de orgullo patrio y de celebración colectiva para todos los puertorriqueños.

Es interesante, por demás, ver como el nacionalismo cultural que genera el deporte se ha volcado hacia las ligas profesionales en los Estados Unidos. Ver a un hijo de esta tierra triunfar en ellas es de regocijo plural y singular en el puertorriqueño. En el pasado, fue un orgullo inmenso ver a Carlos Arroyo y José Juan Barea triunfar en la NBA. De igual manera, ver a Roberto Clemente, Orlando Cepeda, Juan “Igor” González, Iván Rodríguez y Roberto Alomar hacer lo mismo en la MLB. Esto incluye el boxeo, donde Las Vegas y Nueva York son las principales plazas boxísticas del mundo.

Creo que este cambio repentino obedece a una imperceptible corriente histórica y cultural que se viene dando en Puerto Rico y que el caso de Carla Cortijo, como coyuntura, sacó a la superficie. El orgullo del Pueblo está cuando uno de sus hijos triunfa en los lugares más competitivos del planeta. Y me pregunto, ¿significa esto que el olimpismo, como retranca ideológica plebiscitaria, tiene ya sus días contados?

Mario Ramos Méndez

Historiador

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