Según Henry Wells, académico de Harvard que fue asesor en la Convención Constituyente de 1952, “los partidos políticos de Puerto Rico, por lo tanto, habitan en un universo politizado altamente complejo, el cual une una tradición hispánica y un modelo anglosajón.” (Véase José Carlos Arroyo Muñoz, Rebeldes al poder: los grupos y la lucha ideológica (1959-2000). El clientelismo y el caciquismo son las características principales del sistema de partidos en Puerto Rico, pero es el caciquismo el que levanta agrias pasiones en el electorado afiliado.
En las tres ideologías políticas en Puerto Rico podemos ver una serie de líderes que, a través de la historia, han sido vistos como próceres por sus leales afiliados. Barbosa, Muñoz Rivera y de Diego a principios del siglo XX. Muñoz Marín, Ferré y Albizu a mediados de la centuria. Carlos, Rafael y Rubén como generación siguiente. Sus leales seguidores, más fieles al líder que a la disciplina de partido o la ideología representada. Porque el líder es algo concreto al que pueden tocar y sentir, la ideología y el partido son entes abstractos. Una ficción jurídica en el segundo caso.
En sus orígenes, el PNP desarrolló una idolatría hacia la figura de Luis A. Ferré. Líder fundador de dicho partido y primer gobernador estadista, la población electoral del PNP tuvo en él la realización de un sueño; ver en La Fortaleza a alguien de su propia estirpe. Para 1976, con el triunfo dramático de Carlos Romero Barceló, la devoción hacia el líder adquirió caracteres insospechados. Con Romero Barceló se desarrolló una masa electoral que manifestó lealtad ciega hacia su figura. Ese factor le creó problemas a Baltasar Corrada del Río para consolidarse en la presidencia en 1988.
El “carlismo”, que algunos llamaron “romerismo”, en un principio creó obstáculos en la consolidación de Pedro Rosselló como principal líder del PNP en 1992. La base recordaba con nostalgia y admiración los años de Carlos Romero Barceló y su estilo fogoso e intenso, y muchos querían que volviera a tomar las riendas del partido. Sin embargo, luego de esas elecciones Rosselló logró afianzarse como el principal líder de su partido. Ahí nació el “rossellismo”.
Distinto al “carlismo”, el “rossellismo” giraba más en el culto al líder que en la lealtad al partido o a la Estadidad. El triunfo holgado de 1992 y el triunfo apabullante de 1996 consolidaron esa actitud de la base de ver a Rosselló como un ente mesiánico. Con su discurso y comportamiento Rosselló ayudó a consolidar esa creencia que echó hondas raíces en la psiquis del electorado estadista. Con Pedro Rosselló pensaron que nunca perderían una elección contra el Partido Popular. Ese rossellismo de fidelidad ciega y militante, aunque menguante en el tiempo, creó una base de poder que dura hasta el día de hoy.
Por ende, para entender por qué un sector considerable del PNP apoya a Ricky Rosselló debemos entender lo que políticamente construyó su padre. Ese es su mayor activo y el gran impedimento para Pedro Pierluisi, en estos momentos. El mejor candidato que tiene el PNP no tiene una base de poder que lo catapulte a la gobernación. En el PNP, todavía, no hay “pierluisistas” porque eso no nace silvestre. Es un trabajo arduo que toma tiempo, incluye gratitud, aunque algunos consortes de la sombra intestina no lo quieran entender.
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