Estamos viendo, aquí y allá, un afán partidista y un clamor eleccionario que abruman. Tanto así que para la campaña presidencial estadounidense se han invertido, hasta el momento, unos $256 millones para Hillary Clinton y $89 millones para Donald Trump, incluyendo unos $38 millones que Trump se “prestó” él mismo para su propia campaña, y que intentará recobrar, quizás con intereses. Esto nos lleva a un total de $345 millones de dólares invertidos para elegir a Hillary/Trump. No me aventuro a aseverar cuanto se ha invertido en la campaña aquí en Puerto Rico hasta que no se aclaren unas duditas que hay al respecto. Bástese decir que se ha contribuido en dinero gubernamental -léase del contribuyente- para la campaña local, además de los dineritos privados de corporaciones y de individuos que siempre caen, sobre y por debajo de la mesa. Pero, ¿cuál es el afán que lleva al ser humano, Homo sapiens, a aventurarse tan visceralmente a hacer campañas políticas? ¡Aaah! Eso es un rasgo evolutivo. Es parte de nuestra naturaleza animal. Es instintivo. Es “built-in”. Es conducta innata. O, como diría un comediante contrito, “No es culpa mía. El diablo me obligó.”

Edward O. Wilson, profesor emérito de Harvard y una autoridad en la conducta social biológica, nos dice en su libro “El significado de la existencia humana”: “[otro] rasgo hereditario de la conducta humana es el sobredominante impulso de pertenecer a grupos… La membresía personal en ese grupo -su tribu- es gran parte de su identidad. Además le confiere hasta cierto grado el sentirse superior. Cuando psicólogos designaron grupos al azar entre una población de voluntarios para competir en juegos sencillos, los miembros de cada equipo pronto comenzaron a pensar que los del equipo contrario eran menos aptos y [menos] confiables, aun cuando los participantes sabían que habían sido escogidos al azar.”

“¡Macho, si yo soy Popular, los PNP’s tienen que ser ineptos y pillos! ¡Si yo soy PPD, los PNP’s tienen que ser corruptos y deshonestos! ¡Pues entonces yo también!” Eso, mis queridos lectores, lo dicta la naturaleza humana, no el intelecto humano. Es dote y rasgo del animal en cada uno de nosotros. ¡Peeero…! Tenemos que elegir a nuestros líderes por sus dotes intelectuales y administrativos, no por sus dotes animales.

“Hay que elegir a los míos, cueste lo que cueste”. Me decía un respetado y fiel ex servidor público en una ocasión: “¡Si mi partido pone a Mickey Mouse como candidato a gobernador, yo voto por Mickey Mouse!” ¡Valiente defensa del sistema democrático! Quizás haya candidatos Mickey Mouse tanto en Puerto Rico como en los Estados Unidos. Tampoco se puede tolerar un gobernante del otro partido. Tiene que ser de mi partido, sea quien sea. Arriba Mickey Mouse. Flaco ese razonamiento humano.

Dos campamentos distintos. El primero: Hay que elegir líderes que sean mi pana, que me den lo que pido aunque no me lo merezca, que me acomoden a mí y a toda mi parentela en algún guisito en el gobierno donde yo pueda sacar de hasta donde me quepa el brazo, que no favorezca a nadie porque sepa más que yo, o porque se comporte mejor o más correcto que yo. Que le guste el vacilón y que mire para el otro lado cuando acusen a alguien de algún ‘traqueteíto’, o de algún deleite sensual. After all, ¿pa’qué estamos aquí?

Segundo campamento: Hay que elegir líderes que sean personas a emular, que nuestra gente admire y respete, que nos inculquen educación, sabiduría, respeto, cultura, honestidad intelectual, honor a la verdad. Que sean justos y equitativos. Que sean modelo de buen trato hacia el prójimo.
¡Yep!